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OTEANDO

Infalibilidad de la historia

Tengo años ha­blando de sen­satez del li­derazgo, de gobierno de unidad nacional, de que los presidentes deberían tener la suficiente visión y madurez para formar gabinete con los más aptos, pertenezcan o no a su parcela política, en fin, de que todos deberíamos tener la disposición para anteponer el interés general al particular, y sin embargo, los egos de unos y de otros han interferido en la consecución de ese sueño. Pe­ro, “la historia no se equivoca en su movimiento, solo que sus cotas no tienen que ver con nosotros”, decía Yuri Levitans­ky. Y es así como, aun cuando no esté en nuestra vocación, ella va modelando nuestra ap­titud para accionar.

No escribo con ánimos de infravalorar los aportes de nuestro liderazgo, pues, des­pués de todo, sin su apropia­da y oportuna dialéctica las co­sas no hubieran alcanzado el nivel que hoy presentan. Pero, lo cierto es que la historia va forzando con su movimiento la orientación evolutiva de las sociedades. Por ejemplo, la co­munidad nacional se convier­te hoy en testigo de un giro que hace a nuestra clase diri­gente más creíble: la mayoría de sus integrantes muestra una vocación más democráti­ca para facilitar la gobernanza y, por qué no, para la goberna­bilidad. El gobierno no se to­ma la licencia de decidir solo las cuestiones determinantes para el país: los problemas de migración, de seguridad, de salud, de tributación, por ejemplo, al tiempo que los di­rigentes sociales y políticos – sean opositores o no– aceptan y cumplen con más determi­nación su papel en la gestión de conflictos y en la lucha por el proveimiento de bienes pú­blicos. El ejemplo más reciente es el encuentro celebrado por el presidente Luis Abinader el jueves pasado con parte del li­derazgo nacional para abordar el tema de la crisis haitiana, su impacto en nuestro desempe­ño y conciliar estrategias con­juntas para mitigar el mismo. Felicito al presidente y a los que participaron. Y a propósito de Haití, aquí vemos otro ejemplo del papel de la historia definien­do rumbos. Lo que vive ese país no es del todo malo. Hay al me­nos una “banda” cuyo discurso no parece ser de bandidos, sino de políticos. Siempre hemos di­cho que no hay que seguir dis­pensándole trato de damnifi­cados, pues ello incentiva su indiferencia política, merma su disposición de lucha para cambiar su statu quo e impide que ese pueblo le pida cuentas a su liderazgo irresponsable y rapaz.

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