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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO

También tienes razón

Érase una vez una madre de verdad.

Su mayor tesoro eran sus tres hijos, dos varo­nes y una hembra: ju­guetones, vivarachos y capaces de poner la casa patas arriba.

Un día se armó una tri­fulca acalorada entre los dos varones, mientras la niña observaba tranqui­la desde lejos el espec­táculo, acurrucada a su madre. Eso sí, nunca lle­gaban a golpearse físi­camente. El árbitro final era la madre.

Uno de los niños va­rones se acercó furio­so a la madre y le dijo: -“Mira, mamá, mi her­manito me ofendió y me hizo esto”. Y relató fo­gosamente el contenido de la discusión, mien­tras la madre, tranquila, lo escuchaba.

Al concluir preguntó a la madre: - “¿Verdad, mamá, que yo tengo ra­zón?”

Y la madre, impertur­bable le respondió: -“Sí, hijo mío, tú tienes ra­zón”. Al poco rato se pre­sentó el otro hermanito con su versión de la his­toria y con enfado seme­jante, repitiendo al fi­nal la misma pregunta: -“¿Verdad, mamá, que yo tengo razón? La res­puesta fue exactamente la misma: -“Sí, hijo mío, tú tienes razón”.

Por su parte, la niña, que había observado en silencio las quejas que sus hermanitos hacían a la madre, no pudo conte­nerse y preguntó: -“Ma­má, ¿Cómo es posible que le digas a cada uno de mis hermanitos que tienen la razón?

Los dos no pueden te­ner la razón, ¿Verdad?” Y la madre, con la mis­ma paciencia de antes, se quedó mirando a la ni­ña y le respondió: -“Hija mía, también tú tienes la razón”.

Y a los tres les expli­có con dulzura cómo lo que interesa no es quién tiene la razón, sino po­der comprenderse, per­donarse, amarse y vivir en paz.

En esa tarea de recon­ciliación y buen entendi­miento las madres siem­pre tienen la fórmula mágica.

Al fin de cuentas, to­dos creemos tener la ra­zón y tal vez en parte la tengamos desde nuestro punto de vista.

Más que buscar quién tiene la razón, lo impor­tante es tratar de en­contrar vías de solución a los problemas, donde todos nos veamos be­neficiados y podamos crear las condiciones para un buen entendi­miento, a pesar de las diferencias.

Las trifulcas por sa­ber quién tiene la razón empiezan cuando termi­na el esfuerzo para com­prendernos y aceptarnos con amor.

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