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El dedo en el gatillo

Haciendo radio

Comencé a ejercer la crónica desde una cabina radial. Un micrófono amorfo, impactante y elevado para mi mediana estatura, copiaba los sonidos de mi voz.

El espacio por el cual me presentaba ante la audiencia tenía nombre y apellidos: “Lo que trae el cable”. Se trasmitía por la emisora Radio Ciudad de La Habana, tres veces por semana. Era mi pluriempleo.

En aquella época (hablo de los años 80), los teletipos se hacían de rogar y yo los espiaba desde la propia emisora en busca de las noticias que llamaran la atención para, desde ellas, preparar crónicas urbanas.

Fueron mis inicios. En tres minutos debía inventar una historia a partir del suceso elegido. Cuando aquello no existía la Internet, y la información complementaria solo aparecía en los polvorientos tomos de las bibliotecas habaneras.

No sé cuánto duró aquel espacio donde la doble lectura y el trasfondo crítico brillaban por su ausencia. Eran crónicas ligeras y a veces rozaban la ficción. Con ellas me acerqué a la narratva, aunque mi propósito letrado de entonces era otro.

Cuando me obligaron a renunciar a mi puesto de trabano en la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC), un hermano inolvidable me llevó a Radio Habana Cuba para prepararme como cronista. Ya había regresado de mi primer viaje a Santo Domingo con mi mochila repleta de una valiosa colección de joyas musicales del Caribe.

Me mi preparación allí como cronista de la Revista Informativa de la Mañana, fue en la Redacción Central de la emisora. Mis profesores fueron profesionales implacables. Me hacían repetir varias veces la misma crónica y al final me aseguraban que “yo no sabía escribir”. No me soltaron hasta semanas después, cuando estaba listo para decir historias hechas y derechas sobre temas musicales y sus autores, en un espacio diario de nueve minutos de duración (cinco de voz y 4 de música) que salía al aire, en vivo, cada día, al finalizar la Revista Informativa, de 7.50 a 7.59 am.

Mis profesores de la mesa de redacción, sin saberlo, me dieron un cocotazo, y al final, sus miradas implacables me lo dijeron todo: “La Revista urgue de compases sonoros. La gente lo pide”, aunque todavía tienes mucho que aprender.

Pasé un tiempo con la crónica radial recortada y el convencimiento de que nunca podría enfrentar un espacio de otra magnitud, por mucha síntesis y relatos de interés. Poco a poco, aquella drástica medida se fue ampliando hasta alcanzar lo inaudito. La revista salía del aire “con mi palabra cercenada”. Durante mis últimos tiempos en Cuba me busqué la vida narrando historias de merengues, sones, boleros, guarachas y cantautores de la Nueva Trova.

Traje a la República Dominicana una colección de LP y la puse a disposición de Radio Santa María. El padre Ton Lluberes me pregunto qué hacer con aquellos tesoros y tuve el atrevimiento de pedirle un espacio en la revista vespertina “Juventud Pa´lante”, la más escuchada por entonces de esa emisora.

Tuve éxito. Muchas veces, los oyentes exigían la repetición de un tema ya escuchado y solicitaban otras historias del tema.

Otra experiencia la viví con el amigo Héctor Olivo, a quien le recrimino cada vez que lo veo su abandono de la locución radial.

Durante mi primer viaje a Santo Domingo, nuestro fue un programa de dos horas sobre la historia de la música cubana, el cual se trasmitió en vivo por la emisora HIJB de Tele Antillas.

Olivo y yo seguimos siendo amigos. Cada vez que me ve, se detiene y me distingue con su afecto. Todavía en su memoria está presente ese proyecto de creatividad y buen gusto que un día trasmimos en formato de regalo auditivo al dominicano: entonces no existían otras resonancias. El único interés fue entregar la buena música en forma de cultura. Aquellos fueron escarceos. Ya la Internet se ha encargado de multiplicar la radio la radio.

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