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EL INFORME OPPENHEIMER

Presidente Biden, cuidado a quién invita a la cumbre

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ANDRÉS OPPENHEIMERSanto Domingo

El presidente Joe Biden hace bien en convocar una Cumbre de De­mocracias para promover las libertades bá­sicas en todo el mundo, pe­ro existe el peligro de que invitando a algunos presi­dentes democráticamente electos pero con ínfulas au­toritarias pueda terminar le­gitimizando a estos aspiran­tes a dictadores. Según una declaración de la Casa Blan­ca, Biden “reunirá a líderes de un grupo diverso de de­mocracias del mundo en una Cumbre virtual de Demo­cracias” el 9 y 10 de diciem­bre. El encuentro será para plantear iniciativas conjun­tas para combatir el autori­tarismo y la corrupción, y pa­ra promover el respeto a los derechos humanos, señaló el comunicado. Suena estu­pendo, y sin duda es mucho mejor que los encuentros del ex presidente Donald Trump con el tirano de Corea del Norte Kim Jong-un y otros autócratas a quienes abraza­ba alegremente mientras ig­noraba sus abusos contra los derechos humanos. Pero Bi­den corre el riesgo de come­ter el error de invitar tanto a las democracias bien estable­cidas como a las democra­cias híbridas, con la idea de que estas últimas acaten los acuerdos que se firmen. Eso ya se ha intentado en el pa­sado y no funcionó tan bien. A fines de la década de 1990, bajo el gobierno de Bill Clin­ton, Estados Unidos copa­trocinó una gran cumbre in­ternacional para impulsar la democracia en el mundo. En la conferencia del 27 de ju­nio de 2000 en Varsovia, Po­lonia, altos funcionarios de 106 países democráticos fir­maron una declaración titu­lada “Hacia una Comunidad de Democracias”.

Aunque las dictaduras de Cuba y China no fueron invi­tadas, como probablemente no lo serán ahora, la confe­rencia de Varsovia y sus se­cuelas en los años siguien­tes incluyeron a Venezuela y Perú. En este entonces, Ve­nezuela estaba goberna­da por el ex militar golpis­ta Hugo Chávez, y Perú por Alberto Fujimori, quien ha­bía clausurado el Congreso de su país ocho años antes. Uno podría argumentar que Chávez acababa de ser elec­to, y se merecía una oportu­nidad de reformarse. Pero Venezuela continuó siendo invitada a las conferencias de la Comunidad de Demo­cracias hasta 2005, cuando Chávez ya estaba acaparan­do poderes casi absolutos. Tanto Venezuela como Pe­rú firmaron felizmente la Declaración de Varsovia de 2000, que comprometía a los países a realizar eleccio­nes libres y justas, respetar a los otros poderes del Estado y a una prensa libre. ¿Ten­dría sentido que Biden invi­te ahora al presidente de El Salvador, Nayib Bukele? Fue elegido democráticamente, pero ha irrumpido en el Con­greso con tropas del ejército para intimidar a la oposición, y más recientemente utilizó su mayoría en el Congreso para despedir a cinco jueces independientes de la Cor­te Suprema. ¿Tendría senti­do que Biden invite ahora al presidente brasileño Jair Bol­sonaro, quien recientemente amenazó con no reconocer los resultados de las eleccio­nes presidenciales del año próximo si es derrotado?

¿Tendría sentido que Bi­den invite al presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador? Reciente­mente, le dio una bienvenida de alfombra roja a los dicta­dores de Cuba y Venezuela, dándoles una gran victoria propagandística en momen­tos en que ambos estaban reprimiendo brutalmente a la oposición. ¿Tendría senti­do que Biden invite al presi­dente de Bolivia, Luis Arce, quien permite que su siste­ma de justicia mantenga en prisión a la expresidenta Je­anine Áñez bajo cargos in­fundados de “genocidio”? ¿Tendría sentido que Biden invite al presidente de Argen­tina, Alberto Fernández, que hasta momento de escribir es­te artículo se ha negado a des­autorizar o despedir a su mi­nistro de Seguridad, Aníbal Fernández, por tuitear una amenaza velada contra los hi­jos de un caricaturista políti­co? En lugar de invitar a más de 100 países, como hizo el gobierno de Clinton, Biden de­bería hacer una cumbre más pequeña. Sería mejor invitar a unas pocas democracias bien establecidas para coordinar nuevas formas diplomáticas de presionar a Cuba, Venezue­la, Nicaragua y otras dictadu­ras para que restauren las li­bertades básicas

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