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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO

Yo no estoy declarado

¡Vayan a ver! ¿Será posible que en nuestro país se hable de desarrollo y todavía haya gente sin acta de nacimiento? Esto no tiene madre ni padre, ni abuelos; en pleno siglo XXI, en la era de la revolución digital, de la tecnología de punta, en un mundo conectado por la red global de internet.

¿Cómo puede celebrarse la Independencia Nacional, con desfiles, discursos, ofrendas florales y tantas otras expresiones de orgullo patriótico, habiendo todavía muchas personas que no poseen un documento que acredite su nombre, fecha y lugar de nacimiento? En fin, que puedan demostrar documentalmente que existen.

Porque quien no tiene un acta de nacimiento no puede estudiar ni tener una cédula de identidad; no le dan un empleo formal, tampoco puede registrarse en la TSS, abrir una cuenta en un banco, contraer matrimonio, sacar una licencia para conducir y tantos otros actos que en la vida pública son necesarios. No podemos vendarnos los ojos ante esta realidad dolorosa, para cuya solución no es tanto lo que estamos haciendo.

Después del valor de la vida desde el momento de la concepción, que hay que defender con uñas y dientes, el derecho a tener un nombre y una nacionalidad es tal vez el más importante, pues acredita que hemos nacido, que realmente estamos vivito y coleando.

En el año 2000, iniciando el nuevo siglo, tuve la osadía, el atrevimiento, en la misma sala del Congreso Nacional, de pedir que se declarase un “año de gracia”, organizando de manera ordenada un gran operativo oficial para dotar de actas de nacimiento a quienes, niños y adultos, no estaban declarados.

A esta propuesta le salieron corriendo como el diablo a la cruz. Los medios de comunicación comenzaron a enchinchar y se armó un revolú tremendo. Algunos quisieron hacerme picadillo, pipián, y llevarme a la guillotina entonando el Himno Nacional en lugar de “Allons enfants de la Patrie”. Tal vez algunos piensen que no sé lo que estoy diciendo, pero más bien no estoy diciendo todo lo que sé. Dos temas me apasionan: uno es la defensa de la vida desde la concepción hasta la muerte natural. Nadie tiene “derecho” a privar del derecho de la vida a una persona concebida. Nadie: aunque sea Presidente, Congresista, o Juez del Tribunal Constitucional.

El segundo tema es el derecho a tener un nombre y una nacionalidad. Estoy convencido de que para vivir no hace falta estar declarado, pero sí para que nos dejen vivir con dignidad.

Quiera Dios que algún día podamos celebrar la Independencia Nacional sin tener que contemplar cómo seres humanos no disfrutan del derecho a ser gente libre como los demás que pueden decir con orgullo: Yo estoy declarado.

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