Santo Domingo 23°C/23°C clear sky

Suscribete

De la concentración “demográfico”-artística a las políticas culturales públicas

Los creadores de contenidos artísticos —nacionales y de otros lares— son personas comprometidas con mantener una auto asumida propuesta, esto es reciamente vinculada a sus temperamentos y visiones sobre las circunstancias socio estéticas y otros fenómenos imperantes en sus tiempos y espacios. Se enfocan en aportar a la actualidad y desarrollo disciplinares y a la funcionalidad conceptual y humana de sus medios expresivos, pese a cualquier determinante, obstrucción o impedimento con los cuales las culturas políticas, los valores, credos y paradigmas de todo tipo pretendan condicionarlos o limitarlos.

Es ese arraigo en el compromiso de ejercer las artes como oficio de cultura lo que posibilita el logro de expresiones particulares, válidas, capaces de penetrar cualquier ámbito internacional de la cultura.

Tales artistas, abundan en el país por ser muchos comparados con la población. En términos demográficos se diría que la República Dominicana también se caracteriza por tener una alta densidad de creadores, de artistas.

Gracias a ello, la muerte de los grandes cultores de las plásticas nacionales del siglo XX, que por distintas causas fallecieron en la reciente década —incluidas naturales, congénitas, inmunológicas y otras a las que se vino a sumar la Covid-19—, nuestro escenario plástico no queda vacío ni empequeñece: abre oportunidades a un relevo mediato y a otro tardío, protagonizado este por Fernando Varela, Rosa Tavárez, Antonio Guadalupe, Elsa Núñez, Vicente Pimentel, José Miura, Amaya Salazar, Freddy Javier, Manuel Montilla, García Cordero, Alberto Bass, entre otros.

Entre tanto y afortunadamente tenemos con nosotros a la portentosa Ada Balcácer.

Junto a ellos, ejercen un liderazgo importante, con carreras establecidas, ascendentes y válidas, Quisqueya Henríquez, Raquel Paiwwonsky, Iris Pérez, José Sejo, Miguel Gómez, Elvis Avilés, Osiris Gómez, Luis Bretón, Enriquillo Amiama, Eric Genao, Pedro Terreiro, Elvis Avilés, Silvio Ávila, Fernando Tamburini, entre otros que harían interminable esta lista.

En tanto Omar Molina Oviedo continúa la escuela “paterna” y Willy Pérez va mucho más allá de lo heredado de su padre Guillo Pérez.

Este recuento breve, en el que faltan muchos nombres, da una idea del dinamismo de una disciplina a la cual se suman anualmente jóvenes talentos, cultivados en las escuelas de arte del país y el exterior, gracias a las becas del gobierno nacional y de extranjeros.

Muchos nombres han sido omitidos aquí por razones de espacio. El punto a destacar es la alta concentración “demográfica” de artistas en el país.

De este hecho se pueden derivar dos afirmaciones metodológicas. La primera resalta la riqueza y diversidad de expresiones culturales latentes que conviven en nuestra nación, un factor de validación cultural que acredita a las naciones. Segundo: la obligatoriedad de desarrollar políticas públicas tendentes a ampliar la vigencia de esta riqueza en todos los estratos de nuestra comunidad.

Estas políticas públicas y privadas son de gran valor porque, a su vez, estimulan el desarrollo de un patrimonio nacional económicamente apreciable en el tiempo. Estos autores mencionados, y otros más, aportan un resultado que enriquece a un Estado que todavía no logra calibrar con precisión la importancia de un tipo de patrimonio como este.

A la visibilidad y aprecio de esta importancia aportará significativamente la higienización del entorno. Para que el océano donde los peces del arte ovan, crecen y viven no sea contaminado por las lacras que canceran nuestras sociedades. Estas son: corrupción generalizada, tráfico de influencia, educación insuficiente y populismo.

Estos dos últimos son virus en crecimiento y se validan a diario en la post verdad que satura las redes sociales.

En esos espacios se pretende legitimar resultados carentes de las exigencias de la validación artística y cultural y pululan “conocimientos” en boca y páginas de “intelectuales” y “expertos” que no pasan de ser verdades de Perogrullo.

Estos virus inoculan en “patrocinadores” oficiales que hacen de la versión post moderna del arte público, el “arte callejero” o “arte urbano”, una oportunidad y ventana a las artes menores, por ejemplo. Donde el arte debe abandonar su esencia para transformarse en decoración y divertimento urbanos.

Este chapeo de lo artístico crea la necesidad de una reflexión al respecto. Porque el arte no puede producir educación ciudadana, es decir aportar a la construcción de ciudadanía con la cual se justifican las erogaciones en este ámbito, pasándose por alto la esencia estética-humana de lo artístico.

Lo esperanzador y valioso es que para el cultivo de esos artes el país cuenta con un bien nutrido y talentoso ejército cuyas obras enriquecerían el patrimonio nacional desde una urbana acción muralista.

Tags relacionados