OTEANDO
La dañina ausencia
Se fue de viaje en busca de mejor vida, no solo para sí mismo, sino para sus vástagos y su esposa que siempre lo constituyeron todo -quizás sería mejor y más completo decir lo único- para él. Descolló, tuvo “éxito” en los sentidos que con frecuencia se lo estima: reconocimiento público y privado, abolengo intelectual, político y social y, finalmente, hasta un poco de seguridad económica. Pero, mientras eso ocurría u ocurrió, en la medida que ganaba una cosa perdía la otra. El “éxito” reclama inversión de tiempo para incrementar el acervo intelectual, las competencias, proyectar una marca personal, y en su caso, todo esto sucedía y sucedió a distancia de lo que verdaderamente era su tesoro.
Es verdad que siempre se ha dicho que, “hagas lo que hagas, al final, te arrepentirás”. En su caso particular, si hubiese elegido quedarse en casa, sin lograr ninguna movilidad, en ningún orden, al final se estaría culpando de no haber proveído los medios para que sus diamantes recibieran el mejor burilado y el mayor pulimiento, de la misma manera que ahora se culpaba por lo que prefería llamar una “disminución de los afectos” considerados quiditativos para soportar la existencia. Quizás todo podía atribuirse a causas múltiples, pero con resultados únicos en su género: culpas, culpas imposible de saltarse, culpas que se recogen al tiempo que se reparten perdones.
Y es que no se atraviesa este plano sin terminar con un gran inventario de heridas (las recibidas y las provocadas) y con un pequeño saldo de cicatrices, ya que solo las propias puedes contabilizar, quedándote vedado confirmar las ajenas, como si ello permaneciera encriptado en la otredad de tus víctimas, en el inconfesado rango que concedieron al “daño”, en las imperceptibles secuelas que les produjo.
Volvió, como obligadamente tenía que volver, porque, ¿a dónde si no? Pero al volver confirmó con dolor lo que lejos ya había sospechado, que cada instante que pasa, todos, somos ya otros. De modo que aquel “paréntesis” presentaba unas características especiales: no detuvo nada en el punto y espacio en que lo dejó, unas cosas disminuyeron, otras aumentaron -los que se quedan están tan permanentemente expuestos como los que se van-, pero sobre todo, desdeñó su reclamo de conectar pasado y presente sin alteraciones de ningún tipo. Desde entonces trilló su camino hacia la nada que, finalmente, solo pudo alcanzar con la auto negación.