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Disquisiciones de los miércoles’

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Ruddy L. GonzálezSanto Domingo

Lo más honesto, noble de un políti­co, funcionario público, profesional –abogados, médicos, jueces, fiscales, periodistas y ‘comunicadores’, inclui­dos- es practicar la objetividad, aún a costo de criterios y hasta intereses propios.

En la clase política esa práctica, sin embargo, parece estar en las letras chiquitas de los contratos de tarjetas de crédito o, simplemente, no existen.

Los políticos, y muchos que no lo son, cuan­do llegan a posiciones de ‘poder’ –pública y priva­da- entienden y practican el que nadie tiene más razones que ellos, que contradecirlos y/o cuestio­narlos es ‘pecado capital’, que su verdad es la úni­ca, que sus decisiones, por autoritarias, sinrazón y hasta estúpidas que sean, son ‘palabra de Dios’. Es el mundo del ‘poder’ desenfrenado. El mundo, el diario vivir, no ese en blanco y negro. Tiene mati­ces, muchas veces más destacados e importantes, por pequeños que sean o parezcan.

De ahí que la arrogancia, la petulancia, la pre­potencia son la madre de la ignorancia. Y muchos son tan ignorantes que la practican olímpicamen­te a diario, imbuidos en ese ‘poder’ que creen tener. Aunque he de confesar que entiendo que a veces lo hacen por el enanismo de sus pensamientos e ideas. No llegan a comprender que nada es eter­no, solo Dios. En estas disquisiciones de miérco­les, emanadas de las realidades del diario vivir en nuestro lar nativo, hago una suerte de desahogo común –lo escucho a diario por doquier- que me llevan a reflexionar, al final y hasta con pena, como algunos no se dan cuenta de sus verdaderas mise­rias. Pero los comprendo. Es que no llegan a enten­der que ya visten pantalones largos.

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