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EL BULEVAR DE LA VIDA

Y Haití tiene hambre

Uno saluda las palabras del presidente Abinader ante la 76th Asamblea de la ONU, muy similares a las pronun­ciadas por nuestros man­datarios durante los últimos 20 años. Solo que esta vez el escenario haitiano no puede ser más desgarrador. “!Qué más veremos arder”!

Una frase de advertencia resume el discurso del Presidente: “NO HAY, NI HA­BRÁ JAMÁS UNA SOLUCIÓN DOMINI­CANA A LA CRISIS DE HAITÍ”. Sin em­bargo, a pesar de palabras y advertencias, no encuentra uno en el escenario actual ninguna señal que presagie que, ahora sí, la comunidad internacional asumirá la solución del drama haitiano, mientras sí observa -y lee entre líneas- la perver­sa intención de la élite de esa comunidad internacional de que sea nuestro país esa solución.

El Gobierno dominicano debe recordar que la primera función de un ser vivo es no morirse, como debe saber que después del asesinato del presidente Moise, un terre­moto con cerca de dos mil víctimas morta­les, gran parte del país en manos de bandas criminales, más una espeluznante pobreza, la única salida a mediano plazo que tiene el pueblo haitiano ante el drama mefistoféli­co de su existencia es la emigración hacia su vecino, lo que agrava el hecho de que, salvo sus cinco puntos aduanales de paso, la frontera dominicano-haitiana es pura fic­ción, un fantasma, como un verso fatal a un amor que ya ni existe, ¡ay!

Por esto, es tan urgente como imposter­gable que nuestro país are con sus bueyes, es decir con sus leyes, y claro que hablo de la Ley de Migración y el Código Laboral.

Es “por todas estas cosas y por muchas otras” que el Gobierno (junto a los pro­ductores agropecuarios y los empresarios de la construcción cuya rentabilidad de­pende de la mano de obra indocumentada haitiana)-, debe tomar un camino: O tene­mos un país menos pobre, pero con la espa­da de Damocles de una invasión indeteni­ble que en 30 años fusionará pacíficamente ambas repúblicas; o aplicamos con drasti­cidad extrema la Ley de Migración y el Có­digo Laboral a los productores, industria­les, empresarios que las violan, como única manera de evitar la barbarie que nos ame­naza.

En fin, que un terremoto más, un mag­nicidio más, una banda criminal más con­trolando todo el territorio de Haití, más su hambre como una condena... y nos queda­remos sin patria.

¿Quién pone puertas al monte cuando el hambre viene? Haití tiene hambre.

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