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OTEANDO

Mediocridad y populismo presidencial

Un presiden­te aborda un avión en cla­se económi­ca, acomoda su equipaje como cualquier mortal, se vira hacia los demás pasajeros, la mayoría conna­cionales suyos, se aprieta los brazos contra su pecho y lan­za una frase de amor fraterno a todos y, a seguidas, es califi­cado por la marabunta medio­cre como populista. El mismo presidente se mueve a distin­tos lugares de la geografía na­cional buscando acercarse a los precariados, a los deshe­redados de la fortuna, a los pequeños empresarios, a las asociaciones de pequeños pro­ductores con el propósito de facilitarles acceso a crédito, va en mangas de camisa, se sien­ta con los humildes, los abraza y la misma marabunta vuelve a llamarle populista. Y yo me pregunto, ¿es que a un hom­bre, al llegar a la cima, le está vedado sentir deseos de acer­carse a sus congéneres en un ejercicio franco de humildad que, por demás, rompe con el tradicional estilo acartonado de los presidentes del mundo que solo se dejan ver a través del cristal de su automóvil? No, no le está vedado, y es más, es pre­ciso aclarar que la marabunta es tan osada que sus juicios per­functorios los emite con relación a cualquier persona que le toque ejercer el poder sin importar en qué instancia del mismo se des­empeñe.

Puedo asegurarles –porque lo he vivido– que no es cuestión de ascendencia socioeconómica ni política o intelectual, que cual­quier hombre sensato que alcan­za por su propio esfuerzo o se encuentra de manera acciden­tal con el poder siente una voca­ción especial, producto de una reflexión existencial, que lo colo­ca en una situación de diligencia y aspiración de proximidad ha­cia sus iguales, porque compren­de que no hay un segundo para desperdiciar, que cada espacio debe ser aprovechado para estar cerca, para servir –considerando lo efímero de la vida, la realidad de su propia finitud y la de los demás– y nadie tiene autoridad para, conforme a prejuicios mal­sanos, juzgar la intención con que aquel lo hace. Pero es una constante porque, como dicen los americanos: “lo que nos mo­lesta de la vanidad ajena es que hiere la nuestra”. Cuando Dani­lo brincó el charco la marabun­ta mediocre lo llamó populista, cuando inició el Plan Nacional de Titulación la marabunta me­diocre lo llamó populista, cuan­do inició las visitas sorpresas la marabunta mediocre lo lla­mó pupulista y, repito, nues­tro presidente hoy hace todo eso, y también, la marabunta le quiere llamar populista. ¡pobre marabunta!

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