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EN SALUD, ARTE Y SOCIEDAD

SIP, un reclamo atendible y necesario

Estamos entre los primeros dominicanos que ingresaron a la virtualidad. Iniciando los 90 del siglo pa­sado y en un viaje a los Esta­dos Unidos, visitamos Baner & Noble Bookstore. Nave­gando su góndola “Libros de arte y diseño” para nues­tras clases de Filosofía del di­seño y Estética en Altos de Chavón, APEC y la UASD, divisamos un título inusual: “Design of Web Pages, HT­ML 1.0”.

¿Qué era eso de “Web Design”? Nuestra curiosi­dad se sintió retada. Y lo adquirimos.

Teníamos Internet y usábamos el correo elec­trónico de Yahoo, cuando era la mayor proeza del cí­ber espacio.

“Design of Web Pages, HTML 1.0” venía referen­ciado a Windows 2, lanza­do en diciembre de 1987, al cual corrimos, rehuyen­do los altísimos precios de “componer” electróni­camente la revista “Con­temporanía”, nacida en 1986, puesto que estaba escrita a “maquinilla” —mi vieja y extraordinaria Remington, ¿adónde fuis­te a parar?—; de compo­ner, diagramar —es decir, pegarlas por “galeras”, en­mascarando en negro los espacios de las fotogra­fías, como guía para la fo­tomecánica—. Arduo tra­bajo, tedioso, mecánico y caro que empezó a simpli­ficar.

Windows acogió los programas de maqueta­ción (PageMaker, QuarkX­press) ahorrando dos pa­sos y eliminando costos: digitábamos directamen­te en el procesador de pa­labras de Microsoft y mi­grábamos los archivo e imágenes escaneadas al PageMaker 2, acoplado a Windows 1 y sucesivos desde 1987. ¡Se hizo fácil corregir y modificar!

Estábamos familiari­zados con las computa­doras. Adquirimos la pri­mera a inicios de 1987: RD$27,000.00, ¡unos US7,700.00, por 80 MB en disco duro y 8MB en Ram, entonces, un maqui­nón!

En el vuelo de regreso, abrimos el libro, ingre­sando al mundo nuevo que se abría, pletórico de posibilidades. Entusias­ta, compartimos el ha­llazgo con nuestro ami­go, entonces Subdirector del periódico HOY, Mi­guel Franjul, en quien desde el 1984 cuando nos conocimos aprecia­mos una inmensa sed de conocimiento, novedad y disposición abierta, acu­ciosa y participante ha­cia las renovaciones tec­nológicas operadas en el mundo y su área, las co­municaciones.

Iniciamos el aprendi­zaje —era un manual—. Mostramos a Franjul nuestra web-page y pri­meros “marquee”, la di­námica heroica que ad­mitía aquella web.

En 1990 “subimos” ar­teweb.com.do y contem­poranía.com.do. En 1992 teníamos en línea las obras de arte ofertadas en el Lobby del Hotel Hama­ca, entonces propiedad de Coral Hotels and Resorts, bajo la gestión de Manuel Castro y vendido por Ro­dolfo Gil.

Entonces comprobamos el poder de la intermedia­ción de los navegadores, ahora incrementado por sus “perfiles de navega­ción” que deciden qué in­formación acceden los ci­bernautas.

Sus “servicios” de publi­cidad jamás pagaron un centavo por estar en aque­llas páginas, permanente­mente.

Tampoco había forma de “capitalizar” la web, pues la cantidad de clics exigidos eran altísimos. Esto ha variado algo aun­que, como dice la Socie­dad Interamericana de Prensa, esa publicidad medra sobre el trabajo y propiedad financiera, tec­nológica e intelectual de terceros. De continuar así, los diarios —impresos y digitales— podrían morir.

Aunque también, ¡los diarios impresos podrían resurgir!

Notad: grandes anun­ciantes abandonaron Fa­cebook, Instragram y Twitter y el 82% de los es­tadounidenses confia más en los anuncios impresos que en los demás (2020).

No vemos razón para la hipervaloración de lo digi­tal. Los pobres nunca tu­vieron para comprar pe­riódicos

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