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MIRANDO POR EL RETROVISOR

Veinte años con falta de perdón por tres onzas de azúcar

Cuando tenía unos ocho años tuve una discusión con el dependiente de un colmado ubicado frente a la casa de mis padres, en la calle Moca del sector Villas Agrícolas de la capital.

Le reclamé al colmadero que le faltaban tres onzas a una libra de azúcar que me mandó a comprar mi madre. Su reacción fue tratar de humillarme delante de las personas que estaban en el negocio, diciéndome que ese tipo de reclamos solo lo hacían las “mujercitas”.

Le dejé el producto sobre la balanza –todavía no había pagado- y le dije que no entraría jamás a comprar al establecimiento comercial.

Pese a que el propietario del colmado, tras enterarse de lo ocurrido, cruzó a la casa a disculparse con mis padres y conmigo por el comportamiento del empleado, alegando que tenía toda la razón de reclamar por el producto incompleto, fueron casi 20 años sin entrar al negocio.

El rencor por la afrenta ni siquiera lo mitigó el hecho de que en ese lapso cambiaron a los dependientes con bastante regularidad, una práctica muy común en los colmados.

Nuevos dependientes llegaron, pero yo me mantuve firme en la decisión de no poner un pie tan siquiera en la acera del local.

Cada vez que lo recuerdo pienso cuan insensato fui y lo inútil que resultó vivir con esa raíz de amargura tanto tiempo por la falta de perdón.

Perdonar o pedir perdón por un error cometido pienso que son dos de las situaciones más difíciles de encarar por un ser humano.

Si perdonamos, pensamos que renunciamos al derecho legítimo a la venganza, a la satisfacción de ver el daño resarcido o de dar una lección de justicia ante un mal comportamiento.

Si por el contrario pedimos perdón, creemos que es un signo de debilidad que lesiona nuestro orgullo, hacerlo se asocia a admitir culpas y errores, pero también a sentimientos de humillación y vergüenza.

El pastor bautista Ronnie W. Floyd apunta con mucha razón que nada ha construido muros más altos, más profundos y más gruesos en los corazones de las personas que un espíritu de falta de perdón.

La Biblia trata el tema con una certeza aleccionadora, especialmente a través de las parábolas usadas por Jesucristo, como la del hijo pródigo (Lucas 15:11-32) y la de los dos deudores (Mateo 18:23-35).

En el evangelio de Lucas 17:3 el mensaje no puede ser más edificante, con el llamado a la reprensión, sin perder la compasión: “Si tu hermano peca contra ti, repréndelo; y si se arrepiente, perdónalo”.

Perdonar y pedir perdón es un acto de amor que nos permite reconocer nuestra condición de seres humanos imperfectos y proclives a cometer errores.

No me avergüenza reconocer aquella mala actitud con el colmadero si eso sirve de ejemplo para sanar corazones enfermos por la falta de perdón.

Nunca valdrá la pena 20 años con falta de perdón por tres onzas de azúcar.

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