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MIRANDO POR EL RETROVISOR

No es tan simple como aplastar una cucaracha

Preguntaba esta semana a varias personas sobre sus grandes miedos, algunos de ellos arrastrados desde la niñez y que todavía en la adultez les aterrorizan y paralizan.

Una compañera de trabajo me confesó que sus dos grandes miedos son los ciempiés y las inyecciones. Su temor a los quilópodos es porque la casa donde vivía siendo niña colindaba con un gran patio donde abundaban y a las inoculaciones porque con eso le metían miedo en su hogar en esa etapa de su vida.

Mis hermanas se aterrorizan con las cucarachas por la desagradable sensación que provocan esos insectos al pegarse del cuerpo y he visto a una persona allegada entrar en pánico cuando siente una mosca cerca.

Yo particularmente le tengo un miedo enorme a los perros y a tomar pastillas. Dos veces he sido mordido por canes y siento que huelen mi pavor a distancia, mientras las pastillas suelo tragarlas bajo una enorme presión porque una vez casi me ahogo con una que, como decía mi madre, “se fue por el camino estrecho”.

Según los especialistas de la conducta humana, el miedo es una emoción que resulta muy útil a la hora de escapar de potenciales peligros, pero también es una barrera que te sume en un permanente desasosiego y te impide disfrutar plenamente de la vida.

Citan que en caso de que sea un miedo excesivo, paraliza y bloquea emocionalmente, llegando a desencadenar incluso trastornos mentales como los obsesivos compulsivos, ansiedad, ataques de pánico, fobias y síndrome de estrés postraumático.

Es el tipo de miedo que provoca actualmente la delincuencia en gran parte de la población dominicana, especialmente en quienes han sido víctimas de robos y atracos.

Cada día con más frecuencia medios de comunicación y redes sociales reflejan una preocupante realidad imposible de soslayar o de calificar como simple percepción.

Totalmente de acuerdo con la senadora Faride Raful de que no se trata de un parto del actual gobierno, pero eso no exime a la actual gestión de responsabilidad, ni a tomarlo como excusa para cruzarse de brazos y limitarse a culpar a anteriores administraciones de esta desgracia nacional que actualmente luce fuera de control.

En el actual contexto del incremento de la delincuencia, lo preocupante realmente es ver que a los métodos tradicionales de asaltos, se han sumado en los últimos meses modalidades nunca antes vistas en el país, como esa de atracadores cometiendo sus fechorías en manadas desde motocicletas.

Los vídeos cada día más frecuentes compartidos en redes sociales, muestran a delincuentes que llegan armados hasta los dientes a colmados, centros de diversión, salones y otros negocios, donde no solo despojan de artículos de valor a propietarios y clientes, sino que dejan una estela de terror con traumas difíciles de borrar por largo tiempo.

En cualquier vía del país, sin importar que luzca solitaria o concurrida, sea de día o de noche, ciudadanos indefensos son interceptados por asaltantes a bordo de motocicletas que actúan sin premura y sin el más mínimo recelo de que pueda aparecer una patrulla policial para contenerlos.

Una amiga víctima de asaltantes en una motocicleta me confesó que todavía tres meses después se espanta al escuchar el sonido de esos vehículos cerca y cuando se desplaza a pie por las calles en el rostro de cualquier transeúnte ve a un delincuente.

Devolverle la paz y la tranquilidad a una población angustiada por el incremento de la delincuencia es tan urgente que no puede esperar a que una comisión decida qué hacer para reformar a la Policía Nacional o a que un diálogo de 13 reformas auspiciado por el presidente Luis Abinader rinda sus frutos.

La población no tiene mecanismos para defenderse de una delincuencia tan osada, cada día más creativa y ahora oculta tras una mascarilla por la pandemia del Covid-19, mucho más en medio de un plan impulsado por el gobierno para desarmar a los civiles.

No es tan simple como aplastar una cucaracha o un ciempiés, espantar una mosca, tragarse una pastilla o escapar de un perro.

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