Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

El dedo en el gatillo

Un periódico de ayer

Se llama Juan Gutiérrez y no sé por dónde andará. Sus últimas noticias llegaron por boca de mi madre. Inesperado, como siempre lo fue, se presentó ante ella, allá en La Habana de finales del siglo XX, en busca de mi santo y seña. Ella le confesó mi salida de Cuba. Me dejó una nota manuscrita donde me rogaba comunicación. Juan nunca fue de rogar y cuando conocí esa nota insertada en una de las cartas maternas llegadas a mis manos dominicanas, la nostalgia me invadió. No le respondí: Nada estaba a mi alcance, pero me sentí feliz de que intentara darme razón de ser.

Juan y yo solíamos arreglar el mundo entre humos, tragos y novias. Lo conocí en 1965. Cúrsabamos juntos el séptimo grado y me enseño a burlarme de maestros y conserjes: A no saludar la bandera y a lanzar tizas y tacos en el aula. Nos sentábamos al fondo y todo era un show. Los maestros preferían retenernos en el aula antes que enviarnos de castigo por aquellos espectáculos equizofrénicos: Los maestros éramos nosotros. A la hora del receso programábamos encuentros femeninos detrás de la escalera o en el baño de las hembras, y en nuestras escapadas recorríamos la ciudad sin pagar el ómnibus, rumbo a las trincheras del hotel Nacional, donde galantéabamos muchachas que al igual que nosotros preferían aprender más en la calle que encerradas en un centro educativo.

En 1966 nos proclamamos “visitantes distinguidos” del hotel Habana Libre, por entonces sede de la Olimpiada Mundial de Ajedrez. Éramos cantores de música en inglés con el anhelo de estrechar las manos de Bobby Fischer. Varias veces lo tuvimos a tiro, pero sus guardaespaldas lo impidieron. En uno de esos trances, lo enfrenté: Descubrí en su mirada de campeón una aureola indiferente y altiva, parecida a Ernest Hemingway cuando desafió al representante del Senado de su país cuando fue a verlo a Cuba para notificarle un premio. A diferencia del escritor, el Fischer que me miró por breves segundos allá en La Habana, le brillaban sus pequeños ojos como queriendo decir: “Yo he venido a jugar contra los rusos, no me molesten”. En definitiva, mi presencia podía pasar inadvertida. Por entonces era un adolescente con camisa escolar atada a la cintura, poloshirst de rayas y pantalón a mansalva del tiempo. A la legua se notaba mi deseos de fama. En un descuido, Juan buscó un envase vacío y lo lanzó a mitad de la competencia. La escapada casi no se logra porque la seguridad del campeonato nos persiguió. Pudimos esquivarla gracias a la empleada de una tienda dentro del hotel, tan rebelde como nosotros, que no soportaba tanto protocolo y vigilancia.

Juan siempre se integraba al plan “La escuela al campo”. Mientras yo permanecía seis meses cortando caña a pleno sol hasta el anochecer, él se las ingeniaba para abandonar el campamento al tercer día. No sé cómo podía tener la cara tan dura. El primer día hacía de fantasma. El segundo cambiaba los medicamentos de la enfermería para que una cortada se limpiara con Benadril y un acatarrado bebiera un sorbo de Mercuro Cromo. Y al amanecer de la tercera jornada, mochila al hombro, nos decía adiós por aquellos caminos polvorientos, simulando dolores estomacales. Nos reencontramos en onceno curso, cuando terminé el Servicio Militar Obligatorio, evento que, por supuesto, él también esquivó presentando certificados médicos adulterados.

Ya era un flamanate compositor de rock y baladas, y su música embrujaba a las estudiantes. En aquellas fiesta me enamoré de una joven de ojos verdes. Y ella me correspondió. Con ella sostuve mi relación sentimental más duradera hasta que se marchó del país. Uno de sus temas musicales inundó la radio cubana por un combo cubano de moda y alcanzó celebridad gracias a su ingenio como compositor. “Serás mi sueño”, (se llamaba) se internacionalizó y el director del quintento intentó robarle la paternidad de su creación. Se liaron a trompadas y ante el litigio, la decisión del juez fue a favor de las abrumadoras pruebas de mi amigo. Con los años, el tema pasó de moda y Juan se dedicó a la abogacía hasta que su nota deslizada en una carta de mi madre me hizo revivir aquella juventud donde hacíamos lo que mejor nos pareciera en un país encargado de lavar el cerebro a una juventud sedienta de aventuras.

Tags relacionados