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OTEANDO

Iglesia y Estado

La fina intuición para aprehender conceptualmente las dimensiones morales, religiosas y espirituales de la política ha sido algo con frecuencia negado a los liberales y reconocido a los conservadores estadounidenses. Se afirma que los republicanos conectan más con el sentimiento colectivo en tales cuestiones que los demócratas, y es más, se atribuye a ello el hecho de que, después de Lyndon B. Johnson hasta la fecha, aquellos hayan obtenido más triunfos electorales que éstos. Un dato que demuestra la necesidad de que el buen político no desdeñe las indicadas dimensiones en la cotidianidad del ejercicio del poder.

No vamos a decir que las tensiones entre Estado e iglesia alcancen hoy día el rango del conflicto o “Querella de las investiduras” iniciado entre el papa Gregorio VII y el emperador Enrique IV y finalizado por el “Concordato de Worms”, pues hoy la diplomacia ha hecho aportes trascendentales al cómo hacer de la política y el poder y, aunque los temas aumenten en complejidad, las técnicas para gestionarlos y la disposición prevaleciente en ambos litorales son mayores.

Lo ideal sería que la fe y el Estado pudieran marchar separados -y soy católico-, ello abriría una posibilidad de avance en temas cardinales para el desarrollo, si bien, la ciencia cada vez más presiona la iglesia hacia la reflexión sobre los mismos y, de la misma manera que se aceptó el heliocentrismo, el propio papa expresa, por ejemplo, un reconocimiento tácito del Big Bang, al admitir que este no niega a Dios, sino que lo reclama.

Sin embargo, la moral religiosa y la predisposición humana para los temas del espíritu también son innegables. Fe y razón ya no parecen tener que excluirse mutuamente, sino conciliarse. Por todo lo anterior, la iglesia necesita recuperar el denunciado rango perdido en lo que hace a su vocación para dirimir sobre los temas que interesan a las grandes mayorías -ellas son su razón de ser y quienes legitiman su existencia-, al tiempo que el Estado debe mantener abierta esa brecha y estimular su participación en los grandes temas nacionales. El cura párroco, y por qué no, el pastor evangélico de una comunidad, conocen más sus problemas que cualquier político, aquellos ven sus miembros diariamente y estos (en su mayoría) en tiempos electorales. Pero además, el clero católico cuenta entre sus miembros con hombres de relevada competencia en todas las áreas del conocimiento, lo que le permite hacer aportes inestimables al debate.

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