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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

El proyectil alemán más peligroso viajaba en tren

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Escríbalo: el gus­to por la his­toria se desa­rrolla leyendo textos intere­santes. Hace años, Luis E. Montalvo Arzeno, me re­comendaba: -- lee a Stefan Sweig, Momentos Estelares de la Humanidad (disponi­ble en la web)--. En pocas páginas Sweig presenta, la vida oscura de Lenin en el exilio suizo, y su brillante idea: negociar con el Alto Mando alemán su traslado en un tren sellado a la caó­tica Petrogrado (luego, Le­ningrado y hoy, nuevamen­te San Petersburgo).

Aliada de Francia e Ingla­terra, Rusia entró en la gue­rra contra Alemania, Austria e Italia en agosto de 1914. Llegaría a movilizar doce mi­llones de soldados. En 1915 sus bajas alcanzaban los dos millones. Nicolás II se puso al mando de las tropas de­jando el gobierno en manos de la zarina, asesorada por un monje fanático, Rasputín (asesinado, 30-XII-1916).

En enero de 1917, esca­sean las raciones para los com­batientes. En marzo (según nuestro calendario) los obre­ros de Petrogrado se lanzan a la huelga pidiendo pan y paz. Los soldados enviados a re­primirlos se agrupan junto a ellos formando “soviets”. Do­minarán las fábricas. Inicia la fase liberal: el Zar es depues­to, su hermano Miguel dura un día. Le sucede el gobierno provisional regido por el Prín­cipe Lvov que durará hasta ju­lio. En Petrogrado hay más de 200,000 soldados sin hacer nada.

Lenin alecciona a sus co­rreligionarios con sus te­sis de Abril: hay que trans­ferir el poder de manos de los burgueses a los campesi­nos pobres y los proletarios. La revolución socialista ha de ser extendida a todos los pueblos para derrotar al ca­pitalismo. Los rusos han de entender que los soviets de diputados obreros son la úni­ca forma posible de gobier­no revolucionario. Hay que constituir una República de Soviets bajo el lema, “Paz, tierra y todo el poder para los soviets”.

Tocaba a los bolcheviques estimular la conciencia po­pular para colectivizar las tierras. Ahora no interesaba implantar el socialismo, si­no controlar la producción y distribución de productos.

Tres análisis equivocados: entonces, Lenin creía inmi­nente una revolución en Ale­mania. Pronunció varios dis­cursos en aquellos días. Un simpatizante del gobierno provisional evaluó así a Le­nin y sus discursos: “Un hom­bre que habla tantos dispa­rates, no es peligroso” (Mark Almond,1966, Revolution. 500 Years of Struggle for chan­ge, 125). En 1942, convenci­dos de que Hitler controlaría el mundo, los desesperados Sweig se suicidaron.

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