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MIRANDO POR EL RETROVISOR

La otra pandemia que ya muestra sus mortíferas garras

La Organización Mundial de la Salud (OMS) y profesionales de la conducta del país han advertido desde que irrumpió con fuerza el Covid-19, sobre la otra gran pandemia que provocaría la letal enfermedad: los trastornos mentales.

Las reflexiones del organismo y de esos especialistas han girado en torno a la incapacidad de algunas personas para manejar las secuelas económicas y emocionales que evidentemente ha dejado el virus a escala planetaria.

Una de sus premoniciones apuntaba en principio a que incluso amplios sectores de la población, sin antecedentes de padecimientos de este tipo, debutaría con alguna condición mental.

Sabíamos que tenían razón, pero ignorábamos el real impacto de los efectos del Covid-19 en la salud mental.

El tiempo ha ido mostrando sus secuelas dañinas y, dos hechos atípicos ocurridos la semana pasada, uno local y otro internacional, pueden ser una muestra de cómo los desórdenes mentales se manifiestan de una manera preocupante en diversos segmentos de la población, sin importar su estatus social o económico.

Simone Biles, un verdadero fenómeno en la gimnasia, decidió retirarse la semana pasada de los Juegos Olímpicos de Tokio, en Japón. La ganadora de cuatro medallas de oro olímpico en los juegos de Río-2016, confesó que su decisión se debió a "demonios en la cabeza" por la ansiedad que le generaba cada competición.

La estrella del atletismo puso su estabilidad mental por encima de los anhelos de seguir acumulando lauros en su carrera.

Ya en junio del presente año la tenista profesional Naomi Osaka hizo algo similar, se retiró del torneo abierto de Roland Garros, en Francia, debido a una depresión que la mantuvo un buen tiempo alejada de las canchas de ese deporte.

En el plano local, la sociedad dominicana observó con estupor como el pasado sábado 24 de julio, en Higüey, un comerciante incapaz de manejar una separación con su esposa, mató a tiros a seis personas e hirió a otras nueve.

Es muy dolorosa la muerte de un familiar, realmente nunca estamos preparados para un momento así, aunque sea una partida esperada por el largo padecimiento de una enfermedad terminal.

Pero pienso que más traumático debe ser cuando ocurre en un hecho de violencia y todavía mucho más desgarrador cuando nuestro pariente está totalmente ajeno a las motivaciones de esa tragedia, como fue el caso de Higüey.

Quienes me conocen saben que desde finales del año 2016, a raíz de una serie de reportajes que escribí para Listín Diario sobre la realidad de la salud mental en el país, se incrementó mi interés por un tema que históricamente ha sido la cenicienta en materia de presupuesto y cuando se diseñan los programas de salud a corto, mediano y largo plazo.

Aunque hay avances evidentes en materia de asistencia pública en ese ámbito de la medicina y, ha sido un paso significativo la eliminación del antiguo Manicomio del kilómetro 28 de la autopista Duarte, una recomendación de la Conferencia sobre Reestructuración de la Atención Psiquiátrica en América Latina, realizada en Caracas, Venezuela, del 11 al 14 de noviembre de 1990, todavía “falta mucho por hacer” y se requieren “cambios” que deben acometerse con urgencia.

A principios de la actual gestión de gobierno, la primera dama Raquel Arbaje declaró que la atención en salud mental sería una de sus prioridades. Nadie duda de su sensibilidad con respecto al tema y lo demuestra su rápida intervención para eliminar las condiciones infrahumanas que imperaban en el centro de atención Emaús para enajenados que opera en Higüey, provincia La Altagracia.

Si alguien quiere constatar cómo han aumentado los niveles de frustración, agresividad, violencia intrafamiliar, incapacidad de adaptarse a la nueva realidad del Covid y otros desórdenes mentales, basta con solo ver vídeos compartidos por redes sociales de policías abusando de ciudadanos, pero también de civiles irrespetando y agrediendo físicamente a agentes para evitar ser arrestados.

Por igual, a conductores profiriendo insultos y amenazas por simples imprudencias de tránsito y hasta tragedias en el ámbito familiar por la incapacidad para manejar los estresores de la vida, agravados por el impacto económico y sanitario de un virus que ignoramos por cuánto tiempo seguirá siendo parte de nuestra existencia.

Las secuelas físicas del Covid-19 están a la vista de todos, en el doloroso conteo diario de muertes e infectados. Las emocionales tardan más tiempo en aflorar, pero al final también se manifiestan, dejando igual estela de dolor y sufrimiento a quienes las padecen y sus familiares, pero en medio de la indiferencia oficial y social.

La salud física influye en la mental, y viceversa, de ahí la necesidad de tratar a ambas con el mismo rasero.

En caso contrario, preparémonos para ver con más frecuencia episodios como el del pistolero de Higüey.

Y rogar a Dios no estar en el lugar equivocado, a la hora equivocada.

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