Santo Domingo 23°C/26°C thunderstorm with rain

Suscribete

EL DEDO EN EL GATILLO

Entre cuervos, gatos y lechuzas

Hace semanas me desvelo: Dos cuer­vos volaron sobre mi cabeza. El epi­sodio ocurrió en los bajos de mi apartamento, frente a los depósitos de residuos sólidos. Las aves portaban su acostumbra­da negritud, y antes de escapar, no dejaron de mirarme.

Presentí un aviso fatal, como en esos filmes donde los cuervos en­tregan un boleto al más alla. Se marcharon y no los he vuelto a ver, pero la extraña aparición no deja de azuzarme. Desde ese día, su­ceden ciertos desbalances en mis esquemas emotivos, laborales y sociales. Sus ojos no dejaban de mirarme: Anunciaban un desas­tre cercano. Sin embargo, mi vida posterior ha transcurrido con do­ble lectura, similar a los aguaceros que inundan las calles de mi ba­rrio.

Amo cada vez más la tierra don­de nací como el rey que un día de­jó a un lado sus juguetes. Pero el tiempo me trajo a otra realidad: Sesenta años después, dos cuer­vos volaron frente a mi con algo que decir. A veces, las malas no­ticias llegan con azúcar. Aquellas aves de mal agüero algo preten­dían. Y lo más curioso es que nin­guno de mis vecinos pudo adver­tirlas a pesar de estar pendientes de mi asombro.

Al fondo del Listín crecía un ra­ro bosquecillo lleno de animales exóticos. Desde culebras sonrien­tes hasta aves realengas. Corría el año 2000 y me deslumbraban las lechuzas, murciélagos y ciguas palmeras que pululaban entre los árboles.

Corrían tiempos de aparente normalidad, y una de mis costum­bres preferidas era recorrer el en­tramado y descubrír, al atardecer, junto al vuelo de pichones, el viaje de esos aparecidos hacia almace­nes y rotativas del periódico.

Cuando comenzaron los pasan­tes del Listín, prefería convocarlos a un recorrido fuera de la redac­ción. Los departamentos de Atex, Pre prensa, Rotativas, Encuader­nación e Impresos Ligeros se in­tegraban a la experiencia juvenil, poco acostumbrada a presenciar la función de un periódico por dentro. El recorrido tenía también otro propósito: Buscar murciéla­gos escondidos en aquellos falsos techos de placas de zinc y made­ros.

Antes de cambiar de dueño, esos mamíferos escapaban de la luz hacia sitios como ese. Muchos ha­llé en otros escenarios insulares. De noche buscaban alimentos. De día dormitaban. Pero cuando desapa­reció el bosquecillo aledaño al Lis­tín, los perdí de vista.

El múrciélago enciende temores extraños. Ya bien por el secreto de sus ojos o la extensión de sus alas como recurso vampirezco.

En mis años en la Academia de Béisbol de Guerra, me tope con al­gunos. Pero, desde el 2000, en los altos techos del Listín, no los encon­tré. O los cazaron, o huyeron en ba­dandas rumbo a los árboles del cer­cano Centro Olímpico.

Otra especie listinera fueron los felinos. Varios vigilantes me advir­tieron sobre la reciente desapari­ción de una legión de gatos que lle­garon a convivir en el Listín como anzuelos para cazar ratones. Gatos y gatas que se procreaban. Aque­lla nueva etapa tuvo su esplendor y, durante más de un año, me su­mé al bando de los buscadores de desechos comestibles en safaco­nes para saciar la hambruna ani­mal. Eran gatos realengos de todos los colores, igual a los que rondan en los bajos de mi apartamento, donde entran y salen cada noche de un edificio abandonado en bus­ca de apareo. Pero los gatos del Lis­tín portaban un reloj en el estóma­go. Al mediodía salían en masa de sus extraños escondites hasta ubi­carse en la puerta trasera de la co­cina. Allí gemían y maullaban con sus ojos saltones. El resto lo puso mi bienaventuranza. Cada día llevaba bandejas con los más variados des­perdicios, los cuales eran devorados con prontitud, no sin antes protago­nizar peleas por algún que otro tro­zo de carne. Según algunos, fueron gatos benditos: Acabaron con las plagas de ratas y ratones.

De un tiempo a esta parte aque­lla legión ha desaparecido, al igual que los famosos lagartos del jardín. Me cuentan que hoy solo quedan dos o tres gatos que solo salen de día en busca de alimentos. Algu­nos empleados nocturnos han da­do cuenta de sus cuerpos, debido a los altos precios de la carne. Va­rios entrevistados narran la expe­riencia sin escrúpulos. Se sienten felices, satisfechos y con la frente en alto.

Aquellos realengos, grandes, pe­queños y recién nacidos se hacen extrañar. Yo los veneraba porque solo buscaban comida para sobre­vivir y multiplicarse. Y, al igual que a los lagartos, los extraño. Daban colorido a la empresa. Nosotros, a veces, también solemos ser igual que ellos.

Tags relacionados