Santo Domingo 21°C/21°C clear sky

Suscribete

Ante las “autoridades”: artistas y escritores sin derecho a crear o a la palabra

Pensar el arte como ámbito que conjuga praxis y conceptos y que, más allá de conjugar estos términos, los hace encarnaciones palpables que trascienden a la vez la materialidad y lo ideal para ingresar a otro ámbito, el emotivo, fue, desde el origen de la Filosofía, un ámbito exclusivo de pensadores prominentes.

Tan acreditado estaba ese anclaje que la realidad o deber ser del arte emanaban de un conjunto de supuestos preestablecidos y —como tal— rectores de las distintas praxis que mediante la praxis estética o en torno a los objetos artísticos es posible desencadenar.

Decimos que los postulados filosóficos sobre este terreno, más tarde englobados en el término Estética por Alexander Gottlieb Baumgarten (1714-1762), constituían pre conceptos, factores determinantes que establecían sus perímetros, límites y resultados.

Nacido como idea sobre la habilidad que genera algo de “la nada”, que traer a lo tangible algo previamente “inexistente”; del no-ser al ser, según vimos que decía Diotima a Sócrates (Platón, El banquete, 385-370 a. C.), las artes iniciaron siendo —sin proponérselo— una poderosa grafía de la supremacía de las ideas sobre la materialidad objetual del universo característica del partidismo filosófico definido por el idealismo platónico.

Esta concepción validaba además, el poder de un ser extraordinario que creaba todo. Un ser que, por demás, en honor a su calidad aristocrática, no podía de algún modo ser artesano, quien trabajaba con sus manos. Menos en un período de esclavitud. Tal ser producía ideas, no objetos. Y las hacía encarnar en las mentes de los hombres, artesanos. Estos debían dar forma concreta a tales imaginaciones y hacerlas singulares y concretas. Es por esto que el sistema platónico es altamente coherente. Diotima otorga a los artesanos el rol de poetas, es decir de quienes ejercían el acto mediante el cual se genera algo de la nada (poiésis=creación).

En el libro X de su “La República”, Platón atribuye a Sócrates afirmar que: “También tenemos costumbre de decir, que el obrero que fabrica una u otra de estas dos clases de muebles, no hace la cama ó la mesa de que nos servimos, sino conformándose á la idea que de ellas tiene, porque no es la idea misma la que el obrero fabrica; esto es imposible…”.

¡No es la idea misma la que fabrica el obrero!

Y trata de decidir qué nombre “conviene dar al obrero” extraordinario “que hace él solo todo lo que los demás obreros hacen separadamente”. Asistimos al acto originario de fundar el mundo en la mente humana y la cultura, al acto de nombrar. A esto Glaucón —su interlocutor— responde: “En verdad que hablas de un hombre muy hábil y muy extraordinario”, cualificándolo más que definiéndolo o nombrándolo. Queda fundada ahí esa exigencia que se constituirá más tarde en “Ley” para formar, proponer criterios, ideas y tesis: partir de sus cualidades intrínsecas y esenciales. Tal es el rumbo que toma la conversación metódica para construir una idea fiel a las cualidades y atributos de tal obrero: “Aguarda, que aún te ha de causar mayor admiración. Este mismo obrero, sólo tiene el talento de hacer todas las cosas de arte, sino que hace también las obras de la naturaleza, las plantas, los animales, todas las demás cosas, y, en fin, hasta se hace a sí mismo. Y no para aquí, porque hace la tierra, el cielo, los dioses, todo lo que hay en el cielo y, bajo de la tierra, en los infiernos”.

Y concluye: “Por lo tanto, el pintor, el carpintero y Dios son los tres artistas que dirigen la elaboración de cada una de las tres camas”, es decir de las tres diferentes formas en las que pueden existir las cosas y la realidad y cuyo valor de importancia debemos leer a la inversa: Dios, que crea la idea; el artesano, que la hace realidad tangible, y el artista que la expresa en algo “tres veces alejado” de la idea de Dios.

Aparte de otros aspectos a señalar posteriormente, lo citado revela una profunda unidad interna en el pensamiento platónico. Dejando de lado, inicialmente, lo referente a la “kalokagatia”, sub-sistema de función ética con poder rector sobre la conveniencia, la utilidad y la prudencia, apreciamos fuertes simientes racionalistas en el marco de un idealismo tan robusto y, adicionalmente, una voluntad por agregar al arte una funcionalidad social sujeta al fin de la Filosofía, esto es el conocimiento y el aprendizaje; la dogmática y la ética.

Producto del carácter eminentemente aristócrata de las artes hasta bien entrado el siglo XX, los postulados platónicos transpiran una comprensible ojeriza, fundada en tales puntos de vistas.

De aquí la superioridad jerárquica que concede a los artesanos sobre los artistas, al considerar que el resultado del trabajo de estos era más próximo a la idea de Dios que el de los artistas, inaugurando así la primera deificación funcionalista.

Esta deificación lleva a preferir al trabajador “práctico” sobre el artístico. Y de aquí la protesta presentada por Diotima ante Sócrates, según vimos: todos los artesanos son poetas, aunque la calidad se otorgara sólo a aquellos que encarnaban las ideas de “Dios” en poesías, dramas y música. Lo cual, se debe señalar, no eran encarnaciones concretas si en tal términos incluimos lo macizo de la realidad y lo tangible.

No dejaba de ser “poiesis” ese filosofar primigenio y su método partero, ya que, mediante él, Diotima y los demás interlocutores de Sócrates, participan en la mayéutica para alumbrar, hacer nacer, una idea previamente inexistente sobre un determinado objeto, fenómeno o porción de las realidades cósmica, natural, social y psicológica, creando el primer referente válido de intelectualidad y ciencias: construir verdades que, paradójicamente, sabemos que también serán relativas y pasajeras.

Hay tanto de nosotros, de nuestra actualidad, en esas ideas y formas de aproximarse a las cosas para apropiarlas en ideas y conceptos que es imposible no fascinarse. Esta admiración incrementa al observar las coordenadas sobre estos explorados mundos de lo inexistente que terminan entregando objetos y visiones tangibles y palpables aunque, como en el arte, muchas veces físicamente inaprehensibles, incluyendo lo que el arte es y debe ser. Sin que en tal acto de construcción de la idea de un oficio y sus productos los artistas y escritores tuvieran derecho alguno a la palabra.

Tags relacionados