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EN SALUD, ARTE Y SOCIEDAD

Autorreferencial y autarquía bajo la “poiesis”, poderosa estrategia creativa

Sólo los conceptos fecundos anidan en diferentes disciplinas del saber y de las ciencias. Estos campos los asumen para comprender, explicar y operar fenómenos y realidades de manera descriptiva, metafórica o tecnológicamente.

Ocurre, en este caso, con lo autorreferencial.

En términos psicológicos, lingüísticos y sistémicos significa referir algo hacia la auto-imagen, esencia u origen. En lo sistémico, los constructos y aparatos (ideas y utilerías) remiten a tales ámbitos sujetos, además, a las leyes y particularidades internas de las personalidades y los sistemas, es decir a eso que se ha denominado autarquía.

De lo dicho puede desprenderse que, el mayor vicio y la mejor virtud de este tipo de procesos es que tienden a definir recorridos circulares. Y, como todos saben, lo circular tiene el riesgo de, al menos, parecer inmutable, de ser contrario que la creatividad al implicar la repetición y la evolución basada en el ciclo. Estos definen los tipos “evolutivos” y reproductivos de las especies biológicas y son la mejor de las grafías de los sistemas auto-contenidos. Cada 21 de diciembre llegará el invierno y, el 21 de marzo, la primavera. En el ciclo no hay novedad ni sorpresa. Las plantas sufrirán las mismas “transformaciones” que experimentan hace milenios y las mujeres concebirán —si lo hacen de forma natural— los hijos: un ciclo que va de siete a nueve meses, en el que pueden gestar uno o varios productos, de uno u otro género.

Es lo natural, lo propio de este reino.

Para saltar tal limitación, para pasar del no-ser al ser, o para generar un ser diferente, los procesos psíquicos, lingüísticos y sistémicos han de incorporar la voluntad de auto superarse implícita en el acto «poiético». No es propia de lo biológico donde, de ocurrir, lo haría como accidente. Podemos notar, sin esfuerzo, que los tres términos enunciados en el título se conjugan porque lo autorreferencial implica una cierta autosuficiencia, al limitar la fuente de sus recursos con los cuales ha de auto-forjarse de los referidos orígenes o esencia. Hablamos pues de autarquía. De la voluntad cohesionadora. Que no se abre a otros sistemas; cerrada sobre sí; a la fuerza que, consecuentemente, hace las amarras irrompibles y puede llevar al anquilosamiento y la senectud, como de hecho ocurre en las especies.

Lo «poiético» es, entonces, el impulso no hacia adentro sino hacia todo límite sin límite y, en cierta forma, la erosión de los linderos. Si a través de lo autorreferencial y de la autarquía los sistemas refieren hacia sí mismos y actúan sólo sujetos a sus propias leyes contenidos dentro de sus propias “atmósferas”, la «poiesis» los impulsa en otras direcciones, les insufla otras ansias, ajenas al sistema o —al menos—, carentes de su logicidad y —por consiguiente— liberadoras y des estructuradoras de lo originario.

Toda «poiesis», pues, exige cierto grado de ruptura. Un tipo de separación que, sin embargo, arrastra consigo lo autorreferencial y lo autárquico, validando sus sistemas de origen, leyes fundacionales y operativas; sus cosmovisiones, aunque sólo relativamente.

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