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De la «poiesis» a la autarquía en los sistemas creativos

¿Crees que todo lo que no es bello es necesariamente feo?

...No afirmes, pues… que todo lo que no es bello es necesariamente feo, y que todo lo que no es bueno es necesariamente malo.

Diotima. En Platón. El banquete (385-370 a. C.).

Muchos “teóricos” y académicos actuales son impetuosos en la pretensión de novedad en sus enfoques y argumentos. De hecho, buscando notoriedad basada en ello, recurren a neologismos, terminologías rimbombantes no metodizadas y a autores —actualísimos— que han “descubierto” ciertas cualidades “ingeniosas”.

Todo estudioso de la Filosofía sabe que la teoría de sistemas nace en el siglo XIX con la filosofía alemana. Y que los subsistemas sociales, en su conjunto, quedan en el perímetro de otro, su continente: las formaciones económico-sociales.

Los referidos autores pretenden novedad al tomar de Platón lo que posibilita “reconocer” en los sistemas un carácter autárquico: su funcionalidad, auto-reproducción y auto-regulación, en una u otra direcciones, en una u otra medida. Por su amplia difusión, fue incorporado a la biología. Proviene del griego “poiesis”, acto generador de algo “nuevo” o creación.

Quien lo definió por vez primera fue Sócrates. Según Platón, lo recibió como enseñanza de Diotima, mujer rica, de virtudes amatorias, místicas y saberes. Ella le explicó: “Ya sabes que la palabra «poesía» tiene numerosas acepciones, y expresa en general la causa que hace que una cosa, sea la que quiera, pase del no-ser al ser, de suerte que todas las obras de todas las artes son «poesía», y que todos los artistas y todos los obreros son «poetas»…

Pese a que “todos los obreros son «poetas», el término fue monopolizado por las artes, ante lo cual Diotima protestó: “…ves que no se llama a todos poetas, sino que se les da otros nombres, y una sola especie de poesía tomada aparte, la música y el arte de versificar, han recibido el nombre de todo el género”.

En el paso del no ser al ser, de la inexistencia al existir, implica la presencia de fuerzas y procesos interiores: un tránsito, evolución, ciclo o dialéctica mediante el cual lo existente se formula y reformula constantemente, desde su base a su apariencia; desde su regularidad a su salto.

Los sistemas definen, pues, sus propios ámbitos, amurallándose en sus perímetros. De esta manera, incorporan las cualidades que los orientan hacia el auto enclaustramiento y los mantienen en sus propios límites, bajo el influjo de lo que ha sido consignado como autorreferencial o autopoiéticos por Maturama (“De máquinas y seres vivos”, 1994).

Englobadas, estas dos características se aluden mediante otro término, invocado mucho antes, como vimos, por Barthes. Hablamos de la autarquía sistémica en la Literatura. Lo valoramos como un poderoso concepto, porque impone rigor a las funciones, características y límites a sus ámbitos con el fin de preservar de la “unidad”, es decir el origen, la coherencia.

Es nuevamente sorprendente que la unidad e integridad sistémicas también se hayan originado en el pensamiento “estético” griego para referir la coherencia interna, la fuerte ligazón de las partes con el todo. Se aplicó a la tragedia: debía tener unidad de acción, unidad de tiempo y unidad de lugar. Es decir, un mismo tema, en un día, en una locación.

Eso ha cambiado. Vemos, entonces, que a este término —más que a otros, conceptuales— lo afecta la historicidad, al estar sujeto, vinculado o pertenecer a procesos, culturas y/o tecnologías. De esta manera, lo autopoiético y el autorefenrencialismo son densamente autárquicos, referidos a sus sistemas de origen, a los de intermediación (modulación) y a sus destinos (sociedades y públicos).

Determinar el grado de autarquía de las producciones estéticas es una de las funciones del análisis estético. Esto es discernir sobre su autoreferencialidad y «utopoiesis».

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