Pensamiento bíblico
“Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí”. Salmo 51:10.
Es y debe ser el anhelo incesante del penitente. No sólo pedir perdón por el pecado, sino procurar una vida recta delante de Dios y de sus semejantes.
Para el rey David -en ese momento pecaminoso de su existencia- era crucial obtener la sanidad interior, puesto que tanto su corazón como su espíritu estaban rotos debido a una terrible transgresión.
No hay mejor cardiólogo, siquiatra o psicólogo para el pecador que el mismo Dios. Recuerdo a mi abuela materna usar con frecuencia este versículo en sus oraciones matutinas, cuando reunía a algunos de sus nietos en el altar familiar.
Porque, ciertamente, “el espíritu quebrantado; al corazón contrito y humillado no despreciarás tú, oh Dios”. Necesitamos curar el corazón y el alma.