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El dedo en el gatillo

Los lagartos no comen queso

Se fue el huracán. Y volvieron temas de vibrante inmediatez: la impronta de las vacunas, las denuncias y juicios por corrupción, las calles entaponadas, las protestas por las tres causales, y los precios altos: Cada vez que voy al sumercardo, la gente, enmascarada, me mira como si fuera el salvador. Todos chequean los precios antes de escoger la bandeja que llevarán a su canasta.

Siempre un nuevo malabarista es contratado en el circo de todos los días. Trata de hacer su trabajo, y al final de sus esfuerzos, vuelve a la posición original. Parece como si toda la huella de estragos no hubiera servido para lavarnos el rostro.

Tormenta tras tormenta, huracán tras huracán, ciclón tras ciclón los dominicanos volvemos a señorear nuestros sermones. Poco ha cambiado desde que el sol comienza de nuevo a brillar sobre las calles y el calor axficia. El tiempo nunca deja cabos sueltos. Nos cambia el abrigo, los zapatos y a veces hasta el rostro.

Mejor así.

Hoy, sin embargo, un aliciente excepcional me obliga a salir de mi tranquila cotidianidad. Y estoy feliz porque mis nietas, desde Roma, se ríen cuando les hablo; mi nieto de 6 meses ya me reconoce y cuando me ve viene gateando hacia mí, lleno de alegría. Mi otro nieto Luis Fernando, que en breve cumplirá los 4 años es muy inteligente: me llama con cariño “mi abuelo viejito”.

Pero esta crónica no pretende recoger mi estado de ánimo por asuntos de familia.

En el año 2000, Listín Diario relucía. No me refiero al prestigio de su firma, ni los anuncios que llenaban sus páginas, ni a la calidad de sus redactores. Hablo de lagartos. Unos animales de mediano tamaño que entraban y salían de los bien podados yerbazales del exquisito jardín.

Varias veces me sentí expedicionario de un Jurasicc Park en miniatura, donde podía oler, controlar, perseguir y disfrutar la presencia de aquellos reptiles que aparecían y desaparecían de forma inesperada. Eran varios y se reproducían a discreción.

En estos días de pandemia no los he vuelto a ver. Conversé con algunos empeados y me aseguraron que la desaparición era inesperada, como si se los hubiera trabado la tierra. Algunos afirman que el Covid-19 hizo mella con ellos al igual que las salamandras de mi casa que entraban y salân muy campantes por las ventanas de mi casa. Tal vez, murieron por andar en espacios donde las gentes entraban y salían por sus propios zapatos.

No se han fabricado vacunas para los lagartos, sin embargo, pienso que su desaparición no solompudo haber sido a causa del contagio, sino por el exterminio descontrolado que algún cliente provocó al denunciar sus devaneos. Eran hermosos los lagartos del Listín. Muchos jugábamos con ellos. Nos encantaba asustarlos y verlos correr. Ellos también jugaban con nosotros y, nos sacaban la lengua.

Todavía en 2012, después de operado, cruzaban frente a mi torpe caminata hacia la puerta de entrada. Ya no sacaban la lengua, pero escapaban de algo que en aquel momento fui incapaz de descubrir.

Pero desde la pandemia no los veo y pienso que ya no los veré. Aquellos lagartos son el recuerdo de una época suplantada por la innovación tecnológica, la remodelación de la redacción y la llegada de una época donde el periódico impreso ha tenido que reducir sus páginas para sobrevivir. Yo los extraño mucho. Algún día ellos mismos me diran por qué se fueron sin avisos.

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