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EMPEZÓ HAINA A MOLER

Una paciente: Una historia

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Aliany ConcepciónSanto Domingo

Cada 26 de junio a nivel mundial, desde el 1997, se conmemora el Día Internacional en Apoyo de las Víctimas de la Tortura. Fue en aquel entonces con la finalidad de dar visibilidad a este crimen y para la ejecución a lo acordado en la Convención contra la Tortura y Otros Tratos o Penas Crueles, inhumanos o Degradantes, en el 1987.

Al día de hoy un millón de niños y niñas son víctimas de este delito a nivel mundial, casi en su totalidad para explotación sexual. Dos de cada tres víctimas son niñas.

Es lamentable que todavía sigamos teniendo estas cifras tan alarmantes, y muchos de esos niños conviven con nosotros y no nos damos cuenta. En mi afán de dar visibilidad a todas aquellas personas en situación de vulnerabilidad, hoy quiero compartir, con el permiso de mi paciente, una historia cruel. Una víctima más de este delito que anula la personalidad de las personas y les roba su identidad.

Ella nació sensible, delicada, rodeada de un aparentemente ambiente acogedor, lleno de amor y sobre todo económicamente estable.

Una noche a la edad de 6 años, cuando dormía, sintió las manos entre sus piernas de su hermano mayor; la siguiente noche ya no era la mano, era más que eso.

En un viaje de negocios de sus padres, el hermano después de adueñarse de su cuerpo en todo el sentido de la palabra, decide conseguir dinero y la vende a los 7 años. Esta niña fue torturada y explotada sexualmente.

Ella y más de 20 niños confinados en casas destinadas para ellos, recibían visitas de todas clases sociales y para que no vieran la cara de los clientes, les drogaban y es entonces cuando inicia a la edad de 7 años su adicción a la cocaína base, al cannabis y el alcohol. Pasó 17 años en esta situación cuando la policía hace una redada y ella logra escapar. Deambuló en la calle un mes como una zombi, prostituyéndose y buscando aquello que como ella dice “la anestesia de su desgraciada vida”.

Un día se despierta en el hospital, no sabe cómo llegó allí, no quiso preguntar, pero llegó en una situación inhumana, pero sobre todo, sin identidad, sin amor, sin nadie a quien acudir y sin nadie buscándola.

A día de hoy han pasado 40 años de aquella pesadilla y aún las marcas de aquel encierro de más de 10 años la persigue. Ya no consume, aprendió a leer y estudió, pero continúa haciendo lo que aprendió, la prostitución.

Se fue muy lejos de su lugar de origen, como una manera de olvidar.

“Nunca he sentido amor, he perdonado, pero aún me pesan esas miradas que me miraban como un objeto, como una muñeca, y yo sólo pedía estar drogada para soportar el dolor físico pero sobre todo el dolor mental. Me volví una piedra, con droga o sin ella”, confiesa la mujer.

En la mayoría de los casos, detrás de una adicción existe un drama social, personal, familiar o de cualquier otra índole.

El no juzgar es fundamental para estos pacientes que solo quieren recuperación y acompañamiento desde el respeto.

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