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OTEANDO

El silencio de Willy Rodríguez

Amado maestro:

Ha llegado para ti la hora del final de este tránsito incierto que llamamos vida, sobre la que nada sabemos y de la que muy pocas cosas podemos cambiar cuando el destino nos obsede y se empecina en vencernos. Sin embargo, te llevas el lujo de haber vivido para compartir y enseñar y tu magisterio es percibido, no solo por mí, sino por todos los que tuviste la oportunidad de discipular, como una de nuestras más valiosas preseas.

Y es que ese magisterio no se contrajo solo a enseñar a comunicar mediante el acto del habla. Me atrevo a afirmar que, en todos los que lo han sabido interpretar, está patente la idea de que a lo que más nos enseñaste fue a comunicar con el silencio, a callar. En eso te pareciste al ejemplo de Steiner acerca del rayo, cuando afirmaba: “el rayo dice obscuridad”, en franca alusión al hecho de que apenas si nos detenemos en la inmensa oscuridad que a ambos lados destaca el rayo.

Aprendí más de ti cuando callabas. Era tu opción para que los que tuvieran la prudencia de atender y la presciencia necesaria descubrieran en tu silencio una causa o un efecto aleccionador.

Siete décadas de accidentada vida, sin renuncias a una pasión que te convirtió en patrimonio nacional. Una pasión nacida en el dulce ambiente doméstico cuando -según me contaste- siendo un púber, hiciste tu primera emisora casera. De ahí en adelante el resto fue historia. Pero no una historia cualquiera. Una historia fecunda en todas sus dimensiones categóricas y en todos los destinatarios de tu magisterio, tanto en términos individuales como comunitarios.

Puedo afirmar, sin temor a equivocarme, que eres el mayor aportador que ha tenido la radio dominicana, tanto si lo vemos desde la perspectiva de tu incidencia en el estreno recurrente de nuevas formas de hacer radio, como si se te considera en función de tu entrega a tiempo completo a “La Z”, que es lo mismo que decir a la universidad de la radio en la República Dominicana.

Hasta luego maestro.

Confía en que trataré no solo admirarte, sino de imitarte en todas tus buenas cualidades, recordando siempre la respuesta que me dabas cuando te preguntaba que, para ti, qué era lo más importante. Ése es el Willy que prefiero recordar, el ave libre y de alto vuelo, que fue capaz de enseñar con su silencio.

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