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Enfoque: El dedo en el gatillo

La vida es un carrusel

Mis hijos evitan que recuerde. Me conocen palmo a palmo, pero sus labios no se detienen en anécdotas.

En estos días, mientras entrevistaba al jefe del equipo médico que me salvó la vida, le pregunté por mi pasado, cuando la anestesia dividía mi memoria entre fabulaciones, complejos e instancias transcurridas.

Pocos como él han sido tan sinceros conmigo:

-Don Luis, usted está vivo de chepa. Solo unos locos como nosotros nos atrevimos a entubarlo por la boca y por el ano para hacerle la cirugía. En la historia de la medicina en la República Dominicana a nadie se le ha practicado una operación así. Y que yo conozca, de una patología como la suya, tampoco nadie se ha salvado.

Lo miré a los ojos, sonreí, y le pregunté:

-¿Y cuánto voy a sobrevivir? Ya llevo nueve años de aquella experiencia y no sé lo que vendrá.

-Ni yo mismo le puedo decir. Podrá vivir tres, cuatro o cinco años más, o llegar a los 100. Todo depende de usted. Cuídese las plaquetas bajas y la anemia. Ese es su verdadero mal.

Cambiamos el tema. Me resumió su experiencia frente al Covid-19, las medidades que debo continuar, y mis limitaciones.

-Ya usted sobrepasó los setenta, querido amigo: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

Decidí poner en blanco los recuerdos que me quedan. Para hacerlo, ha bastado un lapiz, una pluma, varias agendas y un ordenador con un documento “Word” recién abierto. Así creamos en la posmodernidad.

Sin embargo, cuando la Era del Internet soñaba con estrellas fugaces, la escritura traslucía. En su contra solo cabría acusarla por el crimen de los bosques en busca de de materias primas. Pero era una hermosura juntar palabras a luz de un farol y al sonido de una maquinilla contra una hoja de papel recien encriptada a un carrete. Las palabras demoraban en salir de una memoria encargada de rastrear la perfección.

Ahora todo parece una orgía ecléptica. Simplificar las sagradas escrituras no parece un acto del saber, sino una circunstancias que enriquece la oportunidad de poner bajo una firma lo primero que viene a la cabeza. Se pueden deducir entuertos y significados a favor de la inmediatez. Pero la creatividad requiere soledad y espacio mental para albergar versos e historias que saldrán expulsadas casi de memoria cuando el autor las consideren terminadas.

No es secreto otra frase renacentista: “Para cantar, basta mínimo el aire”. Siempre he cuestionado la magia de la voz sonora. Suyo es un oficio demasiado técnico como para vincularlo con una simple inspiración. El tenor podrá cantar boleros y baladas en busca de sobrevivencia material, pero su perfil tendrá la silueta a contraluz, perfectamente maquillada y con trajes de seda. Si le hacemos caso a esta posmodernidad que ha puesto de moda letras incoherentes y ofensivas quedaremos como juguete del tiempo y seguirán nuevas estrategias musicales mucho más divertidas.

Lo siento si no sigo lo que dice la comparsa: pongo mis espaldas contra la pared: Lo que viví y lo que vivo no admite suspicacias. Trato de adaptarme inútilmente a un tiempo que no me corresponde.

Frente a un lienzo, no solo bastan pinceles y colores. Se necesita una mano que no tiemble y una memoria en forma de navaja.

El pincel podrá resucitar un paisaje cauteloso, una estampa epocal o una desnudez contradictoria, pero la memoria imagina otras doblecez. No hay nuevas recompensas para una mano que desoye los dictados del cerebro: ya bien una mirada, un artilugio o una hermosa combinación caleidoscópica no pueden nacer de rituales festinados.

Todas son necesidades para respirar cuando no existe un corazón sobresaltado. No importan el clima ni el ojo del magnate. El poder no puede controlar la impronta personal porque cada quien elige la forma en que desea ser carnada, o la drástica caída al aire libre.

A veces dedico la mañana de los sábados a encontrarme con un grupo de amigos que saben tertuliar. Leonte Brea es el anfitrión y allí hablamos de todo. No es una zona abierta. Solo los que saben escuchar, exponer y no falsificar pueden acceder a ella. En ese foro, el tema de la política se combina con el cine, las artes, la escritura y las buenas y malas decisiones del poder. Alli no caben fantasmas y los que tratan de incendiarlas han chocado con una muralla enorme. Lo que allí ocurre no es algo similar a la locura confesada por mi médico de cabecera aquella tarde inolvidable cuando quise saber lo que puso en juego su preclara inteligencia para salvarme la vida.

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