OTEANDO
Precios altos, ¿culpa del gobierno?
Qué es una economía de mercado? Una simple consulta a Wikipedia nos permitiría confirmar que se trata de una economía definida por “la organización, asignación de producción y el consumo de bienes y servicios que surge del juego entre la oferta y la demanda”. Hago la aclaración porque en estos días, en que los precios de muchos rubros se están disparando, he oído a más de un “periodista” hablar de que aquí no hay control de precios. Y más aún, he oído también decir que el gobierno pretende subir el pan y que ha subido los precios de tales o cuales artículos.
Nada más absurdo que lo anterior, pues, si bien el gobierno dispone –dentro de los límites a la intervención que le fijan el modelo económico y la propia fórmula política del Estado consignada en el artículo siete de nuestra Constitución, al definirlo como “social” y democrático de derecho– de ciertos mecanismos de regulación, no es menos cierto que él no puede salir a fijar, en cada negocio, y respecto de cada producto, el precio al que debe ser vendido o comprado. Podría –eso sí– implementar medidas para mitigar las contingencias de espiral inflacionaria que se incardinan en el desempeño de la economía, sorteando con prudencia esa aporía manifiesta en la condición de “social y democrático” del Estado.
En un mundo globalizado y de libre mercado las variables que inciden en el aumento o disminución de precios son las mismas que inciden en la disposición de oferta y la tendencia a la demanda, o sea, constituyen una miríada de causas que pueden ir desde una crisis política en los países del medio oriente hasta una crisis sanitaria como la que se vive actualmente a nivel planetario. Si el mundo entero comporta una ralentización en la capacidad de producción de bienes y servicios por falta de mano de obra, por ejemplo, y tales o cuales bienes y servicios siguen siendo demandados en la misma proporción que antes, se producirá un encarecimiento de los mismos. Eso es elemental.
De ahí que gobierno y población deben unirse para enfrentar la espiral, el primero, por medio de las medidas a su alcance (subvención, importación masiva, allí donde advierta manipulación de algunos sectores, por ejemplo), y la segunda, demandando, en la medida de lo posible, bienes sustitutos o absteniéndose de comprar los ofrecidos a precios inasequibles. El gobierno puede tener alternativas –y debe implementarlas–, pero necesita nuestro concurso.