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EL BULEVAR DE LA VIDA

Las fotos

Cada vez que ocurre un escándalo ético, político y/o judicial, comienzan a aparecer por diversas vías, fotos y más fotos como denuncia de posibles vinculaciones, complicidades entre los que en ellas aparecen.

El asunto no es nuevo, sólo que en los últimos años las redes sociales lo han potencializado, como han potencializado tantas cosas: la exhibición voluntaria de las miserias humanas de cada quien, por ejemplo.

Pero el problema no son las fotos. El problema, si lo hubiese, serían las cuentas, las empresas fantasmas, el lavado inteligente, la “inteligencia financiera” en su celebrada elusión, los bienes aportados por chicos malos a sí mismos o a políticos peores que juegan el funesto juego de electoralmente vencer a cualquier precio, en tiempos donde a nadie le importa ya una idea, una propuesta, convencido de que los programas de gobierno son apenas una oda lorquiana a lo que nunca podrá ser... si toca los fácticos poderes. El problema no es la foto de un político (o un periodista, un abogado) con tal o cual supuesto o confirmado delincuente, narco, lavador o sicario. Al fin, aquí en el bar de la esquina, en la misa del domingo, en la villa rodeada de azules, (trailers de nuestro paraíso, ¡ay!,), en cualquier lugar se encuentra uno con los señores y ¡claro que los saluda! O acaso va usted a negar un “hola buenas” a todo aquel que por auditoría visual, exhibicionismo fantoche, o información clasificada, usted tiene la duda razonable de que es un delincuente? Pues mire usted que no.

Yo los saludo a todos, pero de ahí a invitarles a cenar en mi dacha familiar iluminada con la presencia de mis Paola, eso es algo muy diferente, y reservado exclusivamente para los miembros de mi comité central del cariño (CCC), para mi amada “peña de los muertos de hambre” (cuya anfitriona es una atenciosa “madre alimentaria”), y donde asisten por Zoom directo con el cielo, un gordo azuano/brasileño ex novio de la María Magdalena, y un cantor de la patria que sí era de los Pepine, siempre guitarra en mano, y extasiado feliz en una casita del Paraíso, “chiquita y bonita”, por supuesto. (“¡Qué confusión!” y ni has llegado). Mientras llega la próxima peña en un mesón con Lucía, tómese fotos con Lucifer. El problema no son las fotos que se exhiben sino la vida que se vive.

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