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El dedo en el gatillo

Los malos de la película

No estudié derecho pensando en nubes de algodón. Ni tampoco para doblegar a un infeliz que no debe ser doblegado. El Derecho se practica sin banderías, ni amiguismo, ni presiones. Pero título en mano, muchos abogados afilan sus navajas. Salen en busca de de otra cosa. Fui amigo de algunos que todavía creen en una vara de la justicia sin precios ni desprecios. Pero el fuego quema y no todos lo ven llegar. En este tiempo donde los justos son los mal vestidos, dejé a un lado la toga y el birrete y salí al mundo como un simple mortal. Con virtudes y defectos y una sonrisa al amanecer. Comencé a leer libros y a dejar que mis ideas corrieran en papeles salidos de fragmentos de nostalgias

Puedo pecar de extemporáneo, pero todavía existe la estirpe que no divide al mundo. Como he llegado hasta hoy es suficiente. Ese es el toque que se espera cuando sabe elegir el camino del almendro que crece junto al mar.

Cuando joven creí que el Derecho iba a resolver los problemas del mundo. Hoy pienso como un periodista pragmático. He comprendido que los problemas del mundo no los resuelve nadie. Mucho menos el dinero, los favores personales y los viajes en crucero.

Siempre van a existir el tráfico a capricho y la venda transparente. Esas veleidades se complementan y tienen un precio al alcance de algunos monederos.

Los mediáticos no viramos el rostro y preferimos el insulto a contemplar el pecado vestido como verdad. El frío siempre viene a dar la bienvenida a las comarcas con hogueras que no quieren ocultarse, y lo dejan en blanco, con mirada desafiando a la jauría.

Es cieto que un juicio se debe resolver dentro de un juzgado y no en las páginas de un diario. Pero tampoco puede ventilarse dentro de un resort, en un burdel o en una oficina pública. Se olvida que el órgano de prensa es el seductor de las causas perdidas. Es su derecho. Quieran o no los defensores del poder. El mundo no es un campo de flores.

Ciertos letrados saben de memoria que se puede tapar el holocausto con un thriller de suspenso. Pero lo ocultan. Conocen de sobra los vericuetos del silencio aunque no acostumbren a hacer fila para la sagrada comunión. Sus dardos apuntan contra quienes se atreven a vocear. Defender, mentir y a ensuciar las playas de zargazos, puede ser una solución cuando el verano demora su entrada triunfal. No hay mayor criminal que un corrupto, ni peor delincuente que quien se deja crecer la nariz. Las celdas no están llenas de ladrones de poca monta, despechados por amor o consumidores de humo enrarecido. Por allí también campea los que se dan golpes en el pecho y recitan las sagradas escrituras. Es el gran negocio. Hasta dentro de una celda se puede ser feliz. No importa el clamor de los caminos polvorientos. Ciertos abogados saben que lo importante no es perder, sino tener ventaja.

Siempre recuerdo a mi profesor de Historia de la Filosofía, Orestes Hernández Mas. Me enseñó a comprender que ninguna ideología en el poder, sigue siendo ideología. Fue tal vez, el mayor propulsor del pensamiento marxista en Cuba, y también su mayor crítico. Impartía sus clases universitarias en horas de la tarde, cuando los alumnos comíamos de prisa después de cumplir en las mañanas jornadas de inserción laboral de cuatro horas. Sabía guardar las distancias y su presencia era imprescindible.

Le hablé dos veces en mi vida. La primera fue sobre “El Capital”.

-Esa es una obra muy complicada, para estudiar, no para leer. No es una guía para la acción comomuchos creen. A Marx le faltó desarrollar más sus teorías. No cabían solo en tres tomos.

-Me parece una propuesta económica a partir de una ideología. Una simple propuesta –seguían mis dudas.

-No olvides que todas las ideologían cuando llegan al poder albergan pragmatismos. Se nublan los ideales. De seguro usted no lo entendió –me sorprendió-. Y prosiguió: “Si lo hubiera profundizado, se habría dado cuenta de que las ideas, al igual que el viento, sopla para moverse, para no quedarse donde está.

Mi segunda consulta fue al conocer la calificación final de mi asignatura.

Él, parco, sonriente, con su saber listo al desafío me felicitió por haber aprobado con buena nota.

-No todos en mi clase son notables. Usted no será un filósofo, pero tiene la intuición preparada ante los desafíos.

-Me gusta leer, profesor. Todos mis libros están llenos de apuntes manuscritos.

Hernández Mas sonrió. Pocas veces lo hacía ante sus alumnos. Descubrí en su mirada el perfil de la sapiencia.

-No se olvide que siempre habrá un alma mejor que la suya. Y esa alma ya viene en camino.

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