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ORLANDO DICE...

Petulantes en el camino

Si se pone el aplauso alante, la gente va a pensar que es grabado, como se estila en los programas de televisión enlatados. Vale como advertencia, pero es una realidad: los funcionarios que tienen como afán de cada día cantarse sus glorias.

Igual, de seguro, esconden sus miserias Así como lo muy dulce, la petulancia empalaga, y no por mucho caminar derecho, se evitan los tropezones.

La visibilidad pierde las mejores intenciones. Todavía la administración no llega a un año, y hay funcionarios que se ganan a sí mismos cada día, mes por mes.

Imponen un record, y a la fecha siguiente, lo superan, dando una impresión, no solo de eficiencia, sino de abundancia.

¿Cómo decir que no se tiene dinero para atender una demanda, si los fondos se sobran, y las arcas – en cada jornada – se repletan? Una evidente trampa, y la lógica no es que el cazador quede atrapado, sino la bestia que se come o que mata.

La percepción una vez se pone, nunca se quita. Si con la mesa bien puesta, el banquete invita, no quiera negarse las sobras al que de lejos huele el guiso. No sería envidia, sino hambre.

Ese temperamento sería difícil de eliminar, por lo que conviene no declararse en inopia, y posiblemente llegue el momento, pues todo lo que se da, se acaba.

Eso de salir huyendo a la reforma fiscal, temiendo la reacción de sectores, pero sobre todo de la población, es fatalismo.

Ningún momento será mejor, y ya se sabe que el gobierno se deja intimidar con lo posible. Ya no es la calle, ahora es la Plaza de la Bandera.

Como la Puerta de Alcalá ve pasar el tiempo, pero no siempre. Si la causa es justa, se empodera, y si lo hizo por la política, más por lo social.

Ese doble pespunte obliga a un ánimo más contenido, más prudente. No enseñar tanto la cartera, con picardía, si no tiene suficiente para pagar todas las cervezas.

No es tanto como hacerse chiquito para que lo carguen, pero sí cesar el fingimiento.

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