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FIGURAS DE ESTE MUNDO

Toque de sanidad

Conocedor del remedio del cuerpo y el consuelo para el alma, Cristo se acercaba y llegaba siempre a tiempo a los lugares en que alguien necesitaba sanidad. Curaba al enfermo para que, en el mejor de los casos, pudiera servirle a Él y a los demás. Y no importaba si el quebrantado no podía asistir a la sinagoga o al templo. El Salvador acudía entonces a su casa o donde estuviese, como huésped poderoso, para desvanecer sus tristezas o quitar sus dolores. Después de liberar a un hombre endemoniado en la sinagoga de Capernaún, Jesús –según narra Marcos– salió y fue con Jacobo y Juan a casa de Pedro y Andrés. Había oído que la suegra de Pedro sufría un severo malestar: una altísima fiebre la había postrado en cama. Debía ser una dolencia grave, pues el evangelista refiere que esta mujer era incapaz de levantarse de su lecho, lo que sugiere que su afección podía llevarla a la muerte, si no se producía un milagro. En seguida invitaron a Jesús a entrar en la casa, y tomando de la mano a la afectada dama, la levantó. Este gesto del Maestro fue repetido en otros casos de sanidad en que, mediante el toque de su mano, entraba en contacto físico con la persona enferma. La curación de la mujer fue inmediata, “al momento se le quitó la fiebre”. Recuperada la salud de su cuerpo, consciente de que por el amor y poder de Cristo había escapado del abrazo paralizador de la muerte, con ardor, con vehemencia, con esa indecible alegría que solo conoce quien ha sido sanado milagrosamente, ella empezó a servir a su médico divino y a sus seguidores. En efecto, Jesús no solo tocó la mano de la enferma; tocó también su corazón. Tan pronto fue curada, la suegra de Pedro se dedicó a atender a Jesús y sus discípulos, y demostró así que su corazón rebosaba de gozo y gratitud. ( ver Marcos 1:29-31).

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