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EL BULEVAR DE LA VIDA

Jorge Luis Borges y la frontera de todos los imperios

En su celebrado poema, El Remordimiento, Jorge Luis Borges se confiesa:

“He cometido el peor de los pecados

que un hombre puede cometer: No he sido feliz. (...)

Mi mente se aplicó a las simétricas porfías del arte,

que entreteje naderías. Me legaron valor.

No fui valiente. No me abandona.

Siempre está a mi lado la sombra de haber sido un desdichado”.

En el caso dominicano el pecado no ha sido la desdicha, gracias nuestra ancestral vocación para la alegría, que nos permite hacer de nuestras penas un merengue, y si no me creen escuchen las letras de Siña Juanica, “de por Dios, caramba, ombe, se me muere el niño y no tengo medicina”.

Como él mismo admitió, a Borges “lo persiguió siempre la sombra de haber sido un desdichado”, a los dominicanos, en cambio, la que siempre nos ha perseguido, ha sido la tutela imperial de Estados Unidos, que nos montó a Trujillo y su infame satrapía, y luego nos salvó de él propiciando que lo enfermaran a balazos, para más tarde colocarnos a su delfín más ilustrado, Balaguer, hasta que en 1978, Peña Gómez les convenció de que el PRD no era un peligro.

Recientemente, una llamada imperial permitió sacar al desgastado PLD del poder y llevar al Palacio a un Luis Abinader y al PRM, cuyos planes reformadores -Pacto Fiscal justo con revisión de exenciones, un ministerio público enfrentando a corruptos y corruptores- no serán posible sin la protección del ogro imperial que debe ayudarle a frenar los ímpetus de una élites locales que tiran a matar si consideran que corren peligro sus privilegios ancestrales.

A Borges no le abandonó nunca, la sombra de haber sido un desdichado. En cambio, a la República Dominicana le ha perseguido siempre, desde el 12 de octubre de 1492 exactamente, la maldición de ser la frontera de todos los imperios. No puedo decirlo de mi hermano Sócrates McKinney Vitiello, pero es cierto, “a veces los familiares pueden ser los peores... el Tío Sam, por ejemplo”. Con permiso.

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