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POLÍTICA Y CULTURA

¡Así murió la viuda!

Conocí a Yolan­da Guzmán en 1964. Ella visitaba con cierta conti­nuidad el hogar del dipu­tado del PRD, doctor Bar­tolomé Moquete Andino, electo en los comicios de­mocráticos del 20 de di­ciembre de 1962. La casa de “Bartolito” era un cen­tro de conspiración donde se reunían los simpatizan­tes y militantes del PRD y del profesor Bosch, en lu­cha abierta contra el Triun­virato. Resultaba que al lado de esa casa, mis pa­dres habían puesto las ins­talaciones principales de una fábrica de colchones y muebles, llamada, “Col­chonería La Nacional”, la principal en la avenida Duarte y otra que perma­necía en el barrio de San Carlos al finalizar la calle Benito González. Le decía­mos a Yolanda, “la viuda”, porque siempre estaba ves­tida de negro y había per­dido a su marido víctima de un infarto. Ella estuvo presente en las luchas ba­rriales que estremecieron la ciudad, demandando el retorno a la constituciona­lidad sin elecciones. Y lo hacía trabajando directa­mente con Peña Gómez. Aunque sólo tenía 22 o 23 años, parecía tener mayor edad por la firmeza con la cual hablaba, por lo me­nos para mí, que era vir­tualmente un niño de 13 años. Yo era amigo de Nel­son, Tirso, Patricio y Sibi­la, los hijos del matrimonio del doctor Moquete Andi­no y doña Rosa, una da­ma exquisita, maestra ho­norable. El día 4 de mayo de 1965, no el día 2, como han dicho algunos, inexac­tamente, alrededor de las 9 de la mañana, en una gua­güita anunciadora, acom­pañada del periodista, Luis Reyes Acosta, y de los jóve­nes militantes del PRD, Jo­sé María Reyes Araujo, Ra­fael García Vásquez, Mario Taveras y su hermano Nar­ciso, la vi pasar por la ave­nida Duarte. Ella hablaba por el micrófono llaman­do al pueblo a concurrir al parque Independencia para asistir a la juramen­tación de Francisco A. Ca­amaño como nuevo pre­sidente constitucional del país. Su voz inolvidable y enérgica nos convocaba para las 11 de la mañana. Desde la acera levanté mi brazo para saludarla. No he podido olvidar su mira­da y sonrisa alegre. Al su­bir a los barrios de la parte alta fue interceptada en las calles Marco Adón con Pe­dro Livio Cedeño por una patrulla de tres soldados, que estaba al servicio del general Salvador Augusto Montas Guerrero, jefe del llamado “clan de San Cris­tóbal”, grupo trujillista pu­ro y luego neo balagueris­ta, quien había ocupado el Palacio Nacional, viniendo desde Haina aprovechan­do la confusión del día 28 de abril. La patrulla pasó por “Transportación” y de ahí los llevaron a una ca­sa de la calle Lope de Ve­ga donde estuvieron dete­nidos tres horas, en espera del General Montas, ba­jo cuyas órdenes estaban operando, quien nunca llegó. Las tropas invasoras deportarían hacia Puer­to Rico, unos días después a Montas Guerrero, jun­to a otros militares asocia­dos al derrocado Triunvira­to. Con Yolanda y los otros, siguieron hacia “Mata Re­donda” entre Guanuma y la Victoria. No sabían qué hacer y decidieron salir de ese “paquete”, buscaron una fórmula intermedia, “soltarlos” en una llanura despoblada, al grito feroz de “sálvese quien pueda”. Sólo Narciso de 15 años, le ganó la competencia a las balas asesinas.

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