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VIVENCIAS

El político y los rasgos de personalidad

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Juan F. Puello HerreraSanto Domingo

Sería paradójico calificar una rara especie de “voluntariado político” pululando en un entramado de fa­lacias de creencias acomodadas al criterio de un acendrado egoísmo.

El protagonista puede ser cualquiera de apariencia jovial, con un acento y modo de hablar ensayado, que presume de sus obras sin reparo en mostrarlas, desconociendo aquel aforismo de Gracián que la “persona sabia no es conocida por lo que dice en el fo­ro público, porque ahí no habla con su propia voz sino con la voz de la estupidez pública”.

En su accionar aparenta un comporta­miento sensato y de respeto a los demás, sin embargo, no evita ponerse la careta del alar­de, porque tiene que probarse a sí mismo que vale y probar aquello de lo que carece.

Tiene la “virtud” de que todo el que se le acerca tarde o temprano sentirá el peso de su coyuntural encuentro, porque apadrina con desfachatez situaciones que la “doctrina” que enarbola no acepta, pero siendo fiel a su es­tilo de vida incoherente, le importa un ble­do hacer lo que mejor le parezca, ya que la propia complicidad viene acompañada de su mal accionar.

En fin, lo presumido que es y lo veleido­so de su comportamiento lo hace un ser con una gran propensión al rechazo por su fuerte acento en su yo primario, el cual utiliza con inusitada frecuencia, orgullo que lo lleva a la soberbia, olvidando lo que san Agustín ex­presa (Serm. 16 de tempore) que la “sober­bia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no es sa­no”.

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