VIVENCIAS
El político y los rasgos de personalidad
Sería paradójico calificar una rara especie de “voluntariado político” pululando en un entramado de falacias de creencias acomodadas al criterio de un acendrado egoísmo.
El protagonista puede ser cualquiera de apariencia jovial, con un acento y modo de hablar ensayado, que presume de sus obras sin reparo en mostrarlas, desconociendo aquel aforismo de Gracián que la “persona sabia no es conocida por lo que dice en el foro público, porque ahí no habla con su propia voz sino con la voz de la estupidez pública”.
En su accionar aparenta un comportamiento sensato y de respeto a los demás, sin embargo, no evita ponerse la careta del alarde, porque tiene que probarse a sí mismo que vale y probar aquello de lo que carece.
Tiene la “virtud” de que todo el que se le acerca tarde o temprano sentirá el peso de su coyuntural encuentro, porque apadrina con desfachatez situaciones que la “doctrina” que enarbola no acepta, pero siendo fiel a su estilo de vida incoherente, le importa un bledo hacer lo que mejor le parezca, ya que la propia complicidad viene acompañada de su mal accionar.
En fin, lo presumido que es y lo veleidoso de su comportamiento lo hace un ser con una gran propensión al rechazo por su fuerte acento en su yo primario, el cual utiliza con inusitada frecuencia, orgullo que lo lleva a la soberbia, olvidando lo que san Agustín expresa (Serm. 16 de tempore) que la “soberbia no es grandeza, sino hinchazón; y lo que está hinchado parece grande, pero no es sano”.