PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Primero ardieron las fincas, luego firmaron documentos incendiarios
Las masas parisinas le hicieron comprender a Luis XVI que el proceso se le escapaba de las manos. Pretendió agarrar las riendas despidiendo al popular encargado de la hacienda, Necker y reuniendo tropas leales. Delegados, guardia nacional y población respondieron tomando la Bastilla, el 14 de julio. El 16 julio tuvo que volver a llamar a Necker, ahora tendría el título de “Primer Ministro de Finanzas. Hoy en día sabemos que Luis XVI jugaba a dos cabezas: su hermano el Conde Artois y su familia se exiliaron en Saboya el 17 de julio y ese mismo día, Luis XVI aprobaba la organización de la Comuna de París y la Guardia Nacional, que mandaría el Marqués de Lafayette, veterano de la revolución americana contra Inglaterra. Luis XVI esperaba que el Conde de Artois hablaría fuera de Francia por la familia real. Necker infundiría sensatez en sus simpatizantes revolucionarios.
Todavía hoy se discute qué causó el llamado Gran Miedo (la grande peur) en amplias zonas rurales francesas. El aire estaba lleno de rumores de tropas, bandas de criminales a sueldo de los señores para reprimir a los exaltados campesinos. Pronto el aire olía a humo. Ardieron fincas, haciendas y establecimientos donde se guardaban los registros de las deudas de los campesinos. De noche los incendios iluminaban la oscuridad y ensombrecían los ánimos. Ardieron los archivos feudales en las plazas de los pueblos (McPhee, 2002: 72).
El 4 de agosto de 1789, durante “el gran pánico” el arzobispo de París entregó todos los derechos del clero a la generosa nación francesa (Rogier y otros, 1984, Nueva Historia de la Iglesia, IV 156). Entre el 4 y el 11 de agosto, la Asamblea abolió los restos del feudalismo y muchos privilegios especiales de la nobleza. También se suprimieron, sin indemnización, los diezmos debidos a las parroquias y entidades católicas rurales. Se ha dicho que “para salvar la propiedad burguesa había que liquidar la propiedad feudal”.
Convencidos de que por sus bocas hablaban la razón y la naturaleza, los diputados se dirigieron a la humanidad entera aprobando el 26 de agosto, 1789, la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano. Primero, en los campos ardieron los registros feudales. En adelante, la Declaración incendiaría sociedades enteras.