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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

No es una rebelión, es una revolución

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Los Estados Ge­nerales abrieron sus sesiones en mayo de 1789 con una proce­sión. Hasta Robespierre des­filó velita en mano.

Los representantes del cle­ro, la nobleza y el tercer es­tado no se reunían desde 1614. Hubo quien exclamó: “¡todo va a cambiar por fin!”.

Gracias al folleto de Sie­yès, “¿Qué es el Tercer Esta­do?” y la agitación de varios políticos, una minoría lúcida del Tercer Estado sorprendió a sus colegas, Rey, clero y no­bleza con dos acciones: clero y nobleza debían reunirse con el Tercer Estado, verdadero representante de la nación.

El voto sería por cabeza. En diciembre de 1788, Nec­ker había duplicado el nú­mero de los representantes del Tercer Estado, autoriza­do por Luis XVI, harto de la nobleza y el clero, negados a pagar impuestos.

El 17 de junio el Tercer Es­tado se constituyó en Asam­blea Nacional.

El Rey les ordenó disolver­se y desistir de una reunión conjunta.

El monarca vestía la cami­seta de los privilegiados. Va­rios párrocos pobres aban­donaron las filas del clero y cruzaron para reunirse con el Tercer Estado.

Algunos nobles se lamen­taron amargamente: “han sido estos malditos curas los que nos han traído la Revo­lución”.

En ese momento la palabri­ta tenía un alcance bien cor­to. El Rey quiso impedir que la Asamblea Nacional sesiona­se, cerrándole el local.

Los delegados se trasla­daron a una cancha de te­nis (bajo techo) y el 20 de junio juraron solemnemen­te no disolverse hasta dotar a Francia de una Constitución. Para el 27 de junio, el Rey “ordenaba” lo que no podía impedir: los tres estamentos sesionarán juntos.

El 9 de julio, la Asamblea Nacional adoptó el nombre de Asamblea Nacional Cons­tituyente. Luis XVI volvió a la carga: el 11 de julio, destitu­yó al popular ministro Nec­ker y comenzó a concentrar tropas leales cerca de Versa­lles, lo que provocó la Toma de los Inválidos y de la for­taleza de la Bastilla, el 14 de julio, día en que “La France” celebra su revolución. Cuan­do el 15 de julio, Luis XVI despertó a las 8 de la maña­na, luego de escuchar el re­porte de los sucesos, se dice que exclamó: - Pero ¿es una rebelión? - “No, señor, no es una rebelión, es una revolu­ción.” respondió el duque de Rochefoucauld - Liancourt. Arderían haciendas, y docu­mentos oficiales.

El autor es profesor asocia­do en la PUCMM

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