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EL CORRER DE LOS DÍAS

Diciendo adiós con la mano

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

Para los nacidos en febrero bajo el signo del miedo…

Soy un nuevo fe­brero hecho de co­pias. Rubro de la caída de la fuente, el agua que, alen­tada me resiente, dictándo­me versículos de sombra. Yo soy la sequedad que, cami­nando, humedece el respiro de las tumbas. La húmeda sequedad. La traducción so­nora que rezuma. Trueno li­cuado, futuro donde nunca existe el cuándo. Yo, viejo rio copista de reflejos. Tú, repen­tina, arroyo, espejo claro, los dos, reflejo atado, amando la proterva luz creciente mien­tras febrero nos hierve en el costado. Vivos de tanta muer­te y dilatados, navegamos un tiempo irreverente, la tierra de un amor iridiscente en fe­brero o agosto sin pasado. Fe­brero, corto el tiempo, corto el año, retorna cada vez, es in­cansable, nunca propaga pri­sas, reincorpora su carga de antenas y sonrisas, de bienes y de daños trasnochados; gra­ve mugir de misas. Gita en los campanarios, trova de naci­mientos y sudarios. Secunda­rias nacencias en callejones, patios y santuarios. Morimos y al morir resucitamos.

Yo soy la paz, nos dijo, pe­ro he traído diferentes gue­rras, ambiciones del cielo ha­cia la tierra, desde la tierra al cielo, inexplicables, risas, la mezquindad que ignora ha­ber nacido, sabiendo tú que naces muy aprisa en un des­tiempo con escasos dones, donde todas los virus, los im­pedimentos, son brotes de miseria, título del amor a cor­to plazo como electro-menú de medianoche. ¡Oh, la “fe­breridad”, oh el nacimiento! ¡Oh la dorada muerte donde Midas se siente renacer entre microbios! Conato de inyec­ciones y de “vacunailusión”, dulce llamada y estremeci­miento del corazón mancha­do de recetas, papeles, mar­tirio notarial donde roedores buscan labrar sus firmas an­tes del documento, atados a filosas dentaduras crecientes, ¡tras de los rezadores de ope­reta destornillando llanto en­tre lamentos, con voces tur­bias y cerrajerías dentro del pecho vano, y el incienso, pe­queño “niño envuelto”, pre­siente que una cruz escrita en verso lo confirma metáfora en su día. Un febrero después, bajo un equivocado calenda­rio de boticas dudas, los hom­bres se pelean por un queso, por un par de sandalias y un milagro, mientras desde una estrella, el sol creado para tres reyes magos, los caminantes nutren de futuras promesas tras inútil trayecto.

Envuelto como no estaba, no le vieron la cara. Carga­dos de juguetes y de mimos encontraron al niño, rey de reyes, quien saludó en latín, promoviendo el futuro. Ma­ría lo había guardado en pa­ños y pajizos. Pero ya el niño hablaba y muy latino, dio las gracias en todos los idiomas. Niño poliglotado esperanza de un mundo donde los tra­ductores no eran muchos.

No eran precisos ni puntos ni comas cuando escribió su nombre: Enmanuelico. Y di­jo entre sonrisas: sonarán en febrero las campanas, cober­turas del brillo de mis rizos. Por haber traído paz, trajo la guerra entre malos y buenos mezclando viceversas y soña­ba que siendo niño no debía de morir como lo presentía y un día lo deseara. Pero febre­ro prolongaba el acecho. En­tonces el febrero de esta his­toria se redujo y convertido en hojas calendarías, voló por cuenta propia, y sin sus nú­meros, atados a la voz de los viajeros que habían pagado para gozar de la crucifixión , se desprendieron de los cro­nogramas, diciendo, adiós con la mano, como en un tan­go triste.

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