EL CORRER DE LOS DÍAS
Diciendo adiós con la mano
Para los nacidos en febrero bajo el signo del miedo…
Soy un nuevo febrero hecho de copias. Rubro de la caída de la fuente, el agua que, alentada me resiente, dictándome versículos de sombra. Yo soy la sequedad que, caminando, humedece el respiro de las tumbas. La húmeda sequedad. La traducción sonora que rezuma. Trueno licuado, futuro donde nunca existe el cuándo. Yo, viejo rio copista de reflejos. Tú, repentina, arroyo, espejo claro, los dos, reflejo atado, amando la proterva luz creciente mientras febrero nos hierve en el costado. Vivos de tanta muerte y dilatados, navegamos un tiempo irreverente, la tierra de un amor iridiscente en febrero o agosto sin pasado. Febrero, corto el tiempo, corto el año, retorna cada vez, es incansable, nunca propaga prisas, reincorpora su carga de antenas y sonrisas, de bienes y de daños trasnochados; grave mugir de misas. Gita en los campanarios, trova de nacimientos y sudarios. Secundarias nacencias en callejones, patios y santuarios. Morimos y al morir resucitamos.
Yo soy la paz, nos dijo, pero he traído diferentes guerras, ambiciones del cielo hacia la tierra, desde la tierra al cielo, inexplicables, risas, la mezquindad que ignora haber nacido, sabiendo tú que naces muy aprisa en un destiempo con escasos dones, donde todas los virus, los impedimentos, son brotes de miseria, título del amor a corto plazo como electro-menú de medianoche. ¡Oh, la “febreridad”, oh el nacimiento! ¡Oh la dorada muerte donde Midas se siente renacer entre microbios! Conato de inyecciones y de “vacunailusión”, dulce llamada y estremecimiento del corazón manchado de recetas, papeles, martirio notarial donde roedores buscan labrar sus firmas antes del documento, atados a filosas dentaduras crecientes, ¡tras de los rezadores de opereta destornillando llanto entre lamentos, con voces turbias y cerrajerías dentro del pecho vano, y el incienso, pequeño “niño envuelto”, presiente que una cruz escrita en verso lo confirma metáfora en su día. Un febrero después, bajo un equivocado calendario de boticas dudas, los hombres se pelean por un queso, por un par de sandalias y un milagro, mientras desde una estrella, el sol creado para tres reyes magos, los caminantes nutren de futuras promesas tras inútil trayecto.
Envuelto como no estaba, no le vieron la cara. Cargados de juguetes y de mimos encontraron al niño, rey de reyes, quien saludó en latín, promoviendo el futuro. María lo había guardado en paños y pajizos. Pero ya el niño hablaba y muy latino, dio las gracias en todos los idiomas. Niño poliglotado esperanza de un mundo donde los traductores no eran muchos.
No eran precisos ni puntos ni comas cuando escribió su nombre: Enmanuelico. Y dijo entre sonrisas: sonarán en febrero las campanas, coberturas del brillo de mis rizos. Por haber traído paz, trajo la guerra entre malos y buenos mezclando viceversas y soñaba que siendo niño no debía de morir como lo presentía y un día lo deseara. Pero febrero prolongaba el acecho. Entonces el febrero de esta historia se redujo y convertido en hojas calendarías, voló por cuenta propia, y sin sus números, atados a la voz de los viajeros que habían pagado para gozar de la crucifixión , se desprendieron de los cronogramas, diciendo, adiós con la mano, como en un tango triste.