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FUNDACIÓN SALESIANA DON BOSCO

Al pobre lo cremaron

En mis años de estudio en Alemania, visité en varias ocasiones el campo de concentración de Dachau, distante unos trece kilómetros de Munich. Era una cárcel para prisioneros destinados en parte al exterminio.

Allí había judíos, sacerdotes católicos y otro tipo de personas no aceptadas por el régimen nazi. En esa cárcel estuvo un salesiano polaco, de nombre Valentín Debski, quien, luego de la liberación, vino a trabajar a la República Dominicana; aquí murió y está enterrado en el cementerio de la Máximo Gómez.

En este y tantos otros campos de concentración de la Alemania nacional socialista, sometían a los prisioneros a duros trabajos. A la entrada de la cárcel había un letrero que sarcásticamente decía: “El trabajo hace libres” (Arbeit macht frei). La forma de exterminar a los prisioneros era introduciéndolos en un horno, un crematorio, donde por unas ocho horas los exponían a un fuego incandescente hasta reducirlos a ceniza.

¿Cruel, verdad? Sólo en pensar en cuerpos humanos achicharrándose me da “tiriquito”. Pero, pensándolo bien, hoy le han ido cogiendo el gustito a cremar o incinerar a familiares en lugar de enterrarlos de cuerpo entero en una tumba, donde la gente puede ir a llorar y desahogar su nostalgia por la ausencia del ser querido, haciendo una oración.

Dicho sea de paso, y valga como testamento, a mí que me entierren completito. Que se dejen de cuentos de que cremar los cadáveres es más moderno, higiénico, popular, sencillo y económico. ¿De acuerdo?

Sin embargo, no cabe dudas de que la cremación del cadáver evidencia más claramente el dicho bíblico que recuerda que somos polvo y en polvo nos hemos de convertir. Con esta sentencia del libro del Génesis se inicia cada año la Cuaresma, el miércoles de ceniza.

Ahí está la gran lección que el mundo no acaba de aprender. La vida humana es provisional y pasajera. Que nadie se lleve a engaño. Por más poder político, económico o social que se tenga, todo se reduce a ceniza no más. Lo mismo se diga de la fama, el placer y tantas burundangas por las que la gente pierde la cabeza.

¿Qué hacer entonces? Sacudirnos y dejar esa mentalidad de cacaíto. Como dice el bolero: “Bájate de la nube y ven aquí a la realidad.” Una especie de estupefaciente adormece a mucha gente y comienzan a construir castillos en el aire.

Al menos una vez al año es saludable darnos un baño de ceniza o que al menos un poco del polvo que el viento se lleva tan fácilmente ensucie nuestra frente y nos recuerde la caducidad de la vida, haciendo el firme propósito de ser mejores, agarrados del Dios de la primera y última palabra.

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