OTEANDO
No te despidas Negro Veras
El hombre de bien nunca está conforme con lo que ha hecho a favor de la humanidad. Sabe que falta mucho para que todos tengan pan, salud y educación asegurados –aspiración mínima de todo conglomerado humano– cosas prioritarias que, aún en un mundo con una miríada de avances tecnológicos, ningún gobierno está en condición de asegurar en su totalidad, al menos en las democracias liberales o constitucionales, que son las que más preferimos. Y hay quienes dudan que en las esferas socialistas haya tal cosa.
Tenemos noticias del hambre del África Subsahariana, sabemos de gobiernos totalitarios, de izquierda y de derecha, que invierten más en armamentos que en comida, de imperios que invierten más explorar el universo por medio de laboratorios espaciales que en medicina. Sabemos también que todos quieren tener armas nucleares y, todavía así, ninguna noticia, ningún relato, ningún documento escrito o filmado nos alcanzará para hallar ese hilo conductor entre lenguaje y realidad que corona el cabal entendimiento de todo aquello.
Y esto sucede porque miseria y muerte solo son enfocadas por nosotros hacia la otredad. A pocos, excepción hecha de los que están en edades avanzadas, se nos ocurre pensar la muerte en relación son nosotros mismos. Apenas si nos enredamos en comentar la ajena o sus potencialidades. La cuestión viene a cuento a propósito de haber visto una entrevista que le fuera hecha a Ramón Antonio Veras (Negro) por su propio hijo Jordy Veras.
En la ocasión –desbordante de elementos psicológicos y emocionales como los propios de una entrevista hecha de hijo a padre– Negro decía estar en paz con la vida, pero no conforme, pues su sueño no se ha cumplido, cual es ver extinguida el hambre a nivel planetario y a todos mínimamente con acceso a salud y educación. Dos cosas se conjugan aquí: la inmensa bondad de su corazón y la convicción de que la muerte siempre acecha. De hecho, he sentido en los últimos días que mi entrañable amigo ha aumentado el tono de su advertencia al mundo, ahora parece gritarla, como quien no quisiera que llegue su final sin conseguir ese imposible objetivo, como quien siente que se le acaba el tiempo y se despide ahora que sus facultades lo permiten, por lo que aprovecho para decirle: no te despidas Negro, no haría falta, además, tu última morada no será el camposanto, sino el corazón de los que te amamos.