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IDEANDO

Recordando al general De la Cruz

La pasada sema­na se cumplie­ron 7 años de la muerte del ge­neral Juan Ra­món de la Cruz Martínez. Un hecho que agrietó el al­ma de los que le quisimos y admiramos.

Un suceso que también entristeció a muchos que solo le conocían a distan­cia. Un acontecimiento que puso a nuestro pueblo, Pi­mentel, de rodillas.

Hoy, en nombre de esa amistad que se hace eterna, quiero recordarlo y nom­brarlo; confesar que ni si­quiera el tiempo ha borra­do este afecto, porque los amigos verdaderos son pa­ra siempre y ese sentimien­to no lo puede borrar la tierra donde se perdió su aliento ni el tiempo que dis­tancia los recuerdos.

Ya lo dijo Borges: cada persona que pasa en nues­tra vida es única. Siempre deja un poco de sí y se lleva un poco de nosotros.

La amistad es una casua­lidad que une almas simi­lares y que estrecha senti­mientos afines.

El general Juan Ramón de la Cruz Martínez fue un don de la amistad, de las re­laciones públicas, de la sim­patía a primera vista y de la generosidad.

Su desempeño magnífico como policía también le dio un rango superior que des­empeñó de manera honora­ble. Extrañamente, fue un general que murió pobre.

El mejor homenaje que hoy le podemos rendir es el de recordarle con cariño, evocar sus ocurrencias, sus iniciativas en pro de nues­tro pueblo, sacar su hoja de servicio impecable y colocar en su uniforme insignias de afectos, ternura y amor.

No solo en nombre de sus amigos eternos, sino también en nombre de Ya­net, Oliver, José, Elvira y Ransés, quienes llevan su apellido y su honra.

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