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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

La historia fascina al narrar lo improbable

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

En los inicios de 1775, una Ingla­terra arrogante imponía su poder, invencible has­ta entonces. El 25 de febrero, prohibió el comercio de Nue­va Inglaterra con todas las colonias. Los colonos se pre­paraban para la libertad o la muerte, en frase de Patrick Henry en su discurso del 23 de marzo.

Pero el 19 de abril, en los choques de Lexington y Con­cord, los americanos logra­ron infligir tantas bajas a los británicos en su retirada ha­cia Boston, que tuvieron que ser rescatados por otros con­tingentes. Se ignora quién dis­paró “el tiro que resonó alre­dedor del mundo” en frase de Emerson. Y ahora ¡los patrio­tas americanos sitiaban Bos­ton!

El 10 de mayo, el Segun­do Congreso Continental americano actuó como si fuera un ratoncito provo­cando al león inglés: “emi­tió papel moneda, aprobó leyes comerciales, envió agentes al extranjero en busca de apoyo, ayudó a las colonias a organizar go­biernos propios”.

Ya Jorge III había pronos­ticado que el asunto de las co­lonias se resolvería a golpes, ahora, el 14 de junio los colo­nos rebeldes creaban el Ejér­cito Continental. Su coman­dante, George Washington, luego escribiría: “cuando to­mé el mando del ejército con­tinental yo aborrecía la inde­pendencia.”

El enfrentamiento de Bunker Hill el 17 de junio causó pérdidas considerables a los británicos. Crecía la po­larización entre colonos re­beldes y realistas. El Congre­so Continental, cual franceses avant la léttre, demandó a todo hombre enrolarse en el ejército.

Cuando el 6 de julio el Con­greso Continental declaró for­malmente la guerra a Ingla­terra, muy pocos colonos la querían. John Adams calcula­ba que un tercio de la pobla­ción era favorable a la gue­rra, la otra era indiferente y “el tercio restante, compues­to por los hombres más ricos, cultivados y prudentes, que naturalmente se oponen a la violencia, eran partidarios del Rey.” Se calcula que unos 100, 000 realistas abandona­ron las colonias o fueron des­terrados. (Cárdenas, 1998: 110 -111).

La historia interesa cuando narra cómo sucedió lo impro­bable. Al comenzar la guerra, los insurrectos norteamerica­nos, eran “unos dos millones, carecían de recursos indus­triales. No tenían armas, ni municiones, no querían ale­jarse de sus casas, y los volun­tarios tenían un contrato limi­tado de tiempo. Estas tropas sin valor militar, mal organi­zadas, ¿podrían enfrentar a un ejército europeo organi­zado y disciplinado?” (M.B. Bennassar y otros, 2005: 1010).

El autor es Profesor

Asociado dela PUCMM

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