OTEANDO
“Todos le debemos a la muerte una vida”
En la Biblia está la sentencia: “la paga del pecado es muerte” (Romanos, 6:23). La muerte nos parece solo lo peor –y es natural que así sea–, pero también ella constituye el concepto a partir del cual se activa todo evento vital. Nuestras preocupaciones metafísicas nos impulsan a trabajar para dejar un patrimonio que asegure la continuidad de la familia, a hacer proyectos tomando en cuenta su aspecto indeterminable en el tiempo y el espacio, nos empujan a investigar para prolongar la vida. Así, hacen surgir la religión, la filosofía, las ciencias, estimulan fe y razón, y sobre todo nos mantienen alerta y nos consumen en la incertidumbre de lo desconocido.
En la Ilíada Aquiles –que poco antes había hecho prisionero a Licaón, hijo de Príamo habiéndolo vendido como esclavo en Lemos, isla de Grecia, situada en el mar Egeo– lo encuentra de nuevo en Troya, ha venido a ayudar a su padre en la defensa de la ciudad. Ante semejante desdicha Licaón clama a Aquiles por su vida, se aferra de hinojos a sus rodillas y exclama: “¡ A tus rodillas te imploro, Aquiles respétame y apiádate! Para ti, criado por Zeus, soy un suplicante digno de respeto”. Y continúa diciendo: “Otra cosa te voy a decir, y tú métela en tus mientes: no me mates, pues no he nacido del mismo vientre que Héctor, el hombre que ha matado a tu amable y esforzado compañero” [ trad. de Emilio Crespo Güemes, Gredos, Madrid 1991].
Pero resulta que la irá que ha producido en Aquiles la muerte de Patroclo no le permite detenerse y sacrifica a Licaón. No hay piedad en ese tramo de la obra. Y es que para Aquiles “...todos debemos a la muerte una vida”. Aparece aquí, nuevamente, por una sentencia bélica, la muerte como pago de deuda, convergencia conceptual coincidente –por cierto– en las dos obras consideradas la génesis de toda la cultura occidental: la Biblia y los poemas homéricos.
Con todo, la muerte es misteriosa e ineludible, se queda por la fuerza y, en estos días, nos ha rasgado los corazones por la partida de seres queridos (familiares y amigos). El más reciente de los míos lo fue el doctor Fernando Hernando, afamado neumólogo de Santiago y mejor amigo, mi corazón está roto por ello y pido una plegaria por el descanso de su alma.