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FE Y ACONTECER

“Habla, Señor, que tu siervo escucha”

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Cardenal Nicolás De Jesús López RodríguezSanto Domingo

II Domingo del Tiempo Ordinario – Ciclo B

17 de enero de 2021

a) Del primer libro de Samuel 2, 3b-10. 19.

Estos versícu­los nos presen­tan la voca­ción del profeta Samuel, a quien muy pequeño sus padres enviaron a Siló, donde se encontraba el Arca de la Alianza, para ser educado en el servicio del templo. Cuando experimentó la lla­mada del Señor era todavía un muchacho y no conocía sus caminos, obedeció el sa­cerdote Elí que lo instruyó y el texto concluye con estas palabras: “Samuel crecía y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cum­plirse”. Samuel fue portador de la palabra en un momen­to de crisis de su pueblo, era un hombre de Dios y así lo reconoció el pueblo de Is­rael. Él no buscó la palabra, sino que la palabra lo bus­có a él, y lo encontró abier­to, receptivo, vigilante y fue su mensajero.

b) De la primera carta del Apóstol San Pablo a los Corintios 6, 13c-15a. 17-20.

A su llegada a Corinto San Pablo encontró al judío Aquila y a su esposa Prisci­la que habían llegado desde Roma porque el emperador Claudio había expulsado de la capital a todos los judíos. Pablo los visitó y como se dedicaban al mismo oficio de fabricar tiendas de cam­paña, se alojó en su casa. Aquí tenemos al gran Pablo de Tarso ya convertido del judaísmo, pero rechazado por ellos y obviamente por los paganos a cuyas prácti­cas idolátricas se oponía. Él dice a los corintios: “El cuer­po no es para la fornica­ción sino para el Señor… O ¿no saben que quien se une a una prostituta se ha­ce un cuerpo con ella?... Apártense de la prostitu­ción… De modo que no se pertenecen a sí mismos, sino que han sido com­prados a un gran precio (la sangre de Cristo), por tanto, glorifiquen a Dios con sus cuerpos”.

c) Del Evangelio de San Juan 1, 35-42.

Este texto es parte del “tes­timonio” de Juan Bautista, quien siempre que es men­cionado por San Juan apa­rece en su calidad de testi­go y su testimonio provoca una reacción en sus discí­pulos que decidieron seguir a Jesús. Juan Bautista es­taba acompañado por dos de sus discípulos y señala a Jesús como “el Cordero de Dios”, en seguida siguieron a Jesús. Al verlos les pre­gunta “¿Qué buscan?” y ellos le contestan “Maestro, ¿dónde vives?” – Él les dijo “vengan y lo verán”.

Juan Evangelista, con esa admirable sencillez, in­troduce el ministerio de Je­sús que dialoga con sus pri­meros discípulos. En las páginas bíblicas siempre se dio mucha importancia al tema de la llamada. El Se­ñor es quien toma la inicia­tiva vocacional, y las per­sonas invitadas son las que responden. Dios, conocien­do muy bien el corazón de cada uno, le invita a cola­borar en su obra. Natural­mente la respuesta es libre, si la persona no quiere, el Señor respeta esa libertad.

En el texto que comen­tamos aparecen los verbos de toda vocación cristiana, que es llamada de Dios a la fe y a su amistad: buscar, encontrar, ver, seguir y per­manecer con el Señor. Los discípulos siguieron, pues, a Jesús, pero sabemos que ese seguimiento inicial tuvo sus limitaciones hasta el día de Pentecostés. Jesús dedi­caría los tres años de su vi­da pública a formarlos, pre­pararlos para la misión que les encomendaría y entre­narlos para el ejercicio de su ministerio. El Espíritu Santo, el día de Pentecos­tés, produjo un gran cam­bio en aquellos hombres, pues eran unos simples pes­cadores y tendrían que pre­dicar en muy diversos am­bientes.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nues­tro Pueblo.

B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

R. Cantalamessa: “Echad las Redes”.

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