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POLÍTICA Y CULTURA

La ilusión como voluntad y cambio

En mi discurso de ingreso a la Academia Dominicana de la Lengua, como miembro de número, hace algunos años, cité a Rafael Argullol, un intelectual español que plantea el desconcierto de la Era post moderna, preguntando, cómo fue posible que el cristianismo se difundiera con el vigor y la fortaleza con que lo hizo, citando al poeta Giacomo Leopardi, quien se había cuestionado, cómo una doctrina del talante de la cristiana, mucho menos sofisticada que la clásica, había terminado por imponerse en todo el imperio romano, y cómo, fervorosos pero poco avezados predicadores, encabezados por Pablo de Tarso, habían desplazado a maestros de la palabra y el discurso de la talla de los filósofos griegos.

La respuesta la ofreció el propio Leopardi, “este mundo, el de los filósofos griegos, pese a su decadencia imparable, era todavía brillante, pero carecía de valores e ilusión.

En otras palabras, estaba falto de fuerza en medio de la exquisitez. Era un mundo sin ilusión, sin mística, la refinada sombra de una grandeza perdida”. No estaba en condiciones de hacer frente a una invasión cultural entusiasta.

Los valores de ilusión ocuparon dos mil años, con fuerza de fe compartida con las utopías socialistas o ilustradas, pero como bien dice Argullol, en estos tiempos de ahora, ninguna fuerza crea valores de ilusión acaso con la excepción de la codicia, pero la codicia, por si sola, únicamente reproduce el baile alrededor del becerro de oro al ritmo de un frenético presente continuo.

Pienso que hay necesidad de “valores de ilusión”. En la historia dominicana hubo “valores de ilusión” a raíz de la decapitación de la dictadura trujillista.

El Gobierno de Juan Bosch plasmó “valores de ilusión” democrática que transmutaron la fe como convicción de soporte y aliento, que luego de la revolución de abril de 1965, les dieron sentido y concreción patriótica a los “valores de ilusión”, a pesar de la frustración histórica como consecuencia de la intervención extranjera.

Creo con toda honestidad, que el actual gobierno de Luis Abinader está encarnando los valores de ilusión democrática, es decir, la ilusión como fe y voluntad, con una prístina vocación de servicio, con un trabajo aterrizado en acciones, con una gallarda defensa del interés nacional, envuelto en una titánica tarea de recuperar el amor propio como dominicanos, rompiendo el cerco pandémico que nos acosa y mata. Se siente la honestidad y el manejo pulcro de los recursos del Estado. Es un florecer de la ilusión promoviendo un salto hacia adelante, sostenido en la voluntad de un mandatario con vocación y conciencia democrática. No es la ciudad de los filósofos de Platón, ni la isla “Utopía” de Tomás Moro, ni la Ciudad del Sol de Tomás de Campanella.

No se trata de habitar estados mentales arquetípicos, sino de “valores de ilusión”, la fuerza del espíritu como combustible, la mística esplendente del ser, contrastada con la decadencia orbital de nuestro tiempo. Son sueños y voluntades como tejidos paridores de justicia y libertades.

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