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La nochevieja, lo mejor del olvido

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Marcio Veloz MaggioloSanto Domingo

Algunas de las cosas que me rodean no sé si considerarlas familiares o solo acompañantes. Una, la que el nombre ha trastocado convirtiéndola en materia sonora y aberrante compañía alcoholizada, es la nochevieja española o la nochebuena antillana. Porque acompañar es más que rodear o ceñir cuando atadas a un simple recuerdo se presiente los objetos como hablas, o discursos llenos de vida propia

El simple hecho de estar a nuestro lado les da categoría a las palabras dejadas en literatura de camino la categoría de compañeras las dota de una realidad que nos parece incompleta. Alcanzan una sensibilidad que solo tienen si las beso o acaricio su lomo cuando es mi perra Letty, que duerme tras gruñir su discurso madrugatorio para avisarme que sigo, desde las 5 de la madrugada, totalmente vivo. Abriendo mis ojos inauguro cada dia el universo y veo a Dios en piyama, con la pícara sonrisa creadora de su propio mito.

Me pregunto ¿por qué si las cosas están a mi lado debo sentirlas mías, debo otorgarles participación?, puesto que de alguna manera forman ya parte de mí, y establecen conmigo una relación que no tienen aquellas más distantes, menos fraternas, cuyo recorrido no es considerado íntimo ni parte de mis sentimientos. Pero me doy por enterado de que entre las cosas, mis objetos y el sueño existen abismos numerosos.

Cuando digo que me rodean no sólo siento o vislumbro su presencia, puedo pensarlas, definirlas aun sin verlas, recapitulo su distancia en las estanterías, y reconstruyo su espacio, y con el mismo el momento en que llegaron a mí, y la zona de donde proceden, el tiempo que cada una tiene acompañándome, y la razón de su presencia , y cuando las percibo como conjunto busco su sentido de objeto que, cargado de historia personal, rememora el de artefactos similares desaparecidos en mis épocas de navidad, cuando adquirieron su razón de ser naciendo de las necesidades humanas que las han generado.

Cada cosa, pensada al descuido tiene desgaires articulados, cada nombre, designación arbitraria, tiene su óvulo en medio de un pensamiento creador, y ha encarnado en instrumentos, o en poesía, como son el martillo sonoro y musical del obrero, pero también como es la metáfora del recitador.

El instrumento es “manejable”, porque depende de la mano, el poema es “metaforable” tambien metaforizable, porque depende de la metáfora desde donde Aristóteles recaba la mejor usanza. Pero la cosa poética es más difícil que un instrumento de acero, por ser pensable.

Entonces esas cosas, entes de sexo indeciso que semejan las fronteras del ego, las voy considerando compañeras (os), que constituyen una fiel ayuda, o entorpecimiento y entran en mi leyenda, tornándose a veces útiles de trabajo como plumas fuentes, pinceles, oleos y carboncillos, instrumental del recuerdo de nocheviejas derretidas o tinta que desenreda a su modo la memoria;, son los primeros enseres que contribuyeron y prohijaron nuestra inicial carrera de artista afanoso, dibujando o coloreando dignas palabras de amor, facturas para el patrón, textos requeridos por los profesores de gramática, o en la clase de literatura una atrevida carta para la atractiva profesora, o son la firma tenebrosa de unos documentos a los que la dictadura obligaba con un pendolismo sobrecargado de elogios y laterales ramos de olivo.

Descubrimos que, con sólo usarlos, o pensarlos o hacerlos funcionar, los objetos ya no son cosas, y adquieren personalidad, inauguran cada vez un distintivo que permanece en ellos cada vez que reposamos la mirada en sus posibilidades. La cosificación no tiene vida. Entonces descubrimos que entre los objetos que nos rodean hay amigos permanentes, instantáneos, simultáneos pasajeros de ocasión, como algunos que, de carne y hueso, poseen personalidad cosificada en unos casos, o rostro amigable y familiar en otros.

A partir de estas experiencias las cosas que me rodean, unturas para perfumar un poco lo que hemos sido, ceniceros antiguos de vicios añorados, cajas de la picadura Albert, pipas de madera de briar de la marca Savinelli grado A, una cinta roja cuya biografía retengo, música de Mozart o Gardel y Le Pera. Pero tambien la canción Noche de Paz y la caja de galletas Tam Tam, el cancionero de la Sal de Uvas Picot y hasta la foto de quien fuera mi amor imposible y luego mi esposa, se funden en un vaporoso pedazo de rescates que considero, título de novela por capítulos a la mejicana, “La mejor navidad, lo mejor del olvido”.

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