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FE Y ACONTECER

“Yo soy la voz que grita en el desierto”

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Cardenal Nicolás de Jesús López RodríguezSanto Domingo

III Domingo de Adviento 13 de diciembre de 2020 – Ciclo B

a) Del libro del profeta Isaías 61,1-2a.10-11. El tema central de esta lectura es la alegría de la liberación, al ser proclamado el año de gracia del Señor, semejante a la del año jubilar (cada cincuenta años, Levítico 25, 10) o sabático (cada siete años, Dt. 15, 1-11), en los que se daba la libertad a los esclavos y prisioneros, se devolvía la propiedad de las tierras y se cancelaban las deudas. Los pobres, los afligidos, los cautivos reciben una noticia del mensajero de la paz, una buena noticia para todos los que sufren. Nosotros sabemos por el evangelio de San Lucas que esta profecía mesiánica tuvo pleno cumplimiento en Jesús de Nazaret, el Cristo – el Ungido – el Mesías.

b) De la primera carta de San Pablo a los Tesalonicenses 5, 16-24. Saber que “aguardamos la alegre esperanza: la aparición gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo” (Tito 2, 13), es motivo de optimismo esperanzador para cada uno y para la comunidad humana y cristiana en que vivimos, por eso San Pablo nos recomienda: “Hermanos, estad siempre alegres”. El testimonio de la alegría cristiana es necesario, hoy más que nunca. Lo único que puede vencer la insatisfacción profunda del hombre moderno es un testimonio personal y comunitario de alegría y esperanza oxigenantes, fundado en Cristo Liberador, vivo y presente entre los hombres que sufren.

c) Del Evangelio de San Juan 1, 6-8.19-28. Este Tercer Domingo de Adviento o Domingo de la Alegría (Gaudete), coincide con el segundo periodo del Adviento orientado más directamente a la preparación de la Navidad (novena de Navidad). Se nos invita a vivir con alegría, porque estamos cerca del cumplimiento de lo que Dios había prometido. La figura central en los tres ciclos litúrgicos es el Gran Profeta del desierto, Juan el Bautista, a quien Jesús definió como el “mayor profeta nacido de mujer”, y él mismo confiesa sin reservas que él no es el Mesías, ni Elías, que según la creencia de los judíos debía preceder al mismo Mesías, ni el Profeta, y presenta su propio testimonio autodefiniéndose como “la voz que clama en el desierto…”. Reivindica para sí la misión de precursor del Mesías y justifica su bautismo de agua, como purificación del pueblo, que aguarda la venida del Mesías y como anticipo del bautismo en el Espíritu que impartirá el Ungido. Luego, testimonia abiertamente a Jesús como el Mesías que había de venir y que era muy superior a él y más aún, el Mesías ya está en medio del pueblo, pero los judíos no se han dado cuenta, “en medio de ustedes hay uno que no conocen”. Del pasaje evangélico de este domingo se desprenden tres rasgos característicos que subliman la persona de Juan Bautista. Sinceridad y lealtad profundas: “Confesó sin reservas”. Su rectitud y amor a la verdad le costó la vida al recriminar a Herodes Antipas su conducta inmoral. Humildad y sensatez que no sucumben a la vanidad de darse importancia ni embriagarse con el aplauso de la gente. Él sabe que su persona y función profética están en segundo lugar y en función de otro superior a él. Y su testimonio profético, repetido varias veces, al servicio de la misión que se le había encomendado. Él es tan sólo Voz que anuncia al Mesías y prepara los caminos del corazón humano para discernir los signos de los tiempos mesiánicos. Quizás los hombres del tiempo del Bautista no eran más felices que nosotros. Pero felizmente Cristo viene a “vendar los corazones desgarrados”. Jesús es el don del Espíritu, el carisma de la alegría en este Adviento a breve distancia de la Navidad. La mejor disposición para ser testigo de esperanza y fraternidad es vivirlas personalmente por la fe: creer en Dios y creer en el hombre, amar a los hermanos y servir a los más débiles y desamparados.

Fuente: Luis Alonso Schökel: La Biblia de Nuestro Pueblo. B. Caballero: En las Fuentes de la Palabra.

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