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EL CORRER DE LOS DÍAS

¿Agua pa’ mí o agua pa’ ti? (II)

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MARCIO VELOZ MAGGIOLOSanto Domingo

Quizás cuan­do Sófocles no contaba con otra me­moria como la de su discípulo Platón al que cometiendo un error dejó la suya ya existía en el hombre el sentido del vo­mito literario, por suerte un sucedáneo de la gramática.

Yo he luchado por con­servar de algún modo la memoria, pero en vez de hacer de ella algo casi repe­tible, la he ido convirtien­do en mis textos literarios como elemento novedo­so que nunca es igual. De­cir que repito la memoria como un niño que recuer­da siempre de igual ma­nera el Libro Mantilla en el que aprendí las primeras letras y es la razón por la que muchas de mis creacio­nes son la repitencia de un viejo barrio que no se deci­de a desaparecer, y que por el contrario me sugiere per­manentemente que trans­forme sus recuerdos y que recupere nuevos persona­jes, nuevas escenas, nue­vos modos narrativos. Mi imaginación es un Leteo en ebullición, me atrevo a de­cirlo, y siento ser una lla­marada interna que crece animado con el combus­tible vicario de los demás evitando transmigrar a la ceniza que podría ser luego un pensamiento para abo­nar la tierra.

Supongo que como los imaginadores que arre­pentidos de haber entrado en el río cuando escapaban del mismo, si ello hubie­se sido posible, habiendo perdido esa memoria de la que en principio huían y con su memoria fracturada a cuestas podrían angus­tiosamente tener una nue­va vida de incoherente me­moria a medias. Cuál es la parte de la memoria que se muere con nosotros y cuál la que vamos dejando en el camino. Son inquietantes preguntas sin respuesta.

Pero en una manera de pensar más cercana a Dos­toievski que a Esquilo pien­so que al río Leteo iban los que perturbados por el pa­sado, preferían dejarlo en manos de quienes no lo co­nocían, de modo tal que aunque las aguas del Leteo borraran los sucesos, sus coterráneos dueños de lo que se ha llamado la “me­moria transitoria” pudieran solo imaginar, con el troza que no desapareció.

Bañarse en las aguas del Leteo eliminaba de las mentes el recuerdo, solo que la eliminación de ese pasado en la vida personal no se producía en la parale­la memoria cotidiana de los que conocían al “memoran­te”. Mucha de la memoria borrada seguía existiendo en los demás, en los que de algún modo fueron partíci­pes de la misma.

Existía, pues, el peligro de que alguien viniese con tu pasado al hombro y tra­tase de recordártelo con al­guna acción nada explica­ble para ti, como pudiera haber sido una venganza, un recuerdo hiriente o una historia sin marca en tu vi­da actual.

Supongo que los perso­najes de una novela adquie­ren el temor de no ser ellos cuando el escritor les desig­na una vida en la que solo vive lo que el escritor utiliza para conseguir su concre­ción literaria.

La angustia dejada con la memoria en las aguas, la angustia que acompaña a toda memoria, no era ya si­no anécdota manejada por un conviviente de memo­ria completa, donde habi­taban hechos que una vez recordaste completamen­te, y que tienen ahora hue­cos que no puedes rellenar. Cuando retornas del Leteo te asombras de lo que ti di­cen los demás. Te asom­bras, si eres un personaje de novela ya creado, de lo que dice el autor sobre ti.

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