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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Interesado e interesante, John Locke

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Locke mostró que los reyes no caían del cielo. Los aciertos de Locke tampoco. Se basaron en su formación, la experiencia, los recursos y las relaciones. Nació en una casa con techo de paja. Tu­vo acceso a una educación esmerada en Westminster y Oxford. Sus profesores fueron competentes, pe­ro Locke no los escuchaba arrodillado, “pensaba con su propia cabeza” (P. Félix Varela). Al igual que Kant, poseía una actitud crítica que le movió a leer a Des­cartes, estudiar medicina y participar en la Royal So­ciety, donde asimiló su ta­lante experimental ante la naturaleza y la vida huma­na. Locke conocía las inves­tigaciones de Robert Boyle, Newton y otros. Era licen­ciado, magister y doctor en medicina.

Su pericia como médico le ganó la amistad del uno de los hombres más ricos de Inglaterra: Anthony Ashely, Conde de Shafstesbury, que le consiguió el delicado car­go de Secretario de Comer­cio y Plantaciones.

Con la Revolución Glo­riosa de 1689, la burgue­sía terrateniente controló el parlamento y Locke, ¡era su intelectual favorito! En su Segundo tratado sobre el Gobierno Civil, (1689) Locke sostiene que el poder legislativo es el poder su­premo. Y “… el sumo ins­trumento y medio para ello (la seguridad y la paz) son las leyes en tal sociedad es­tablecidas, por lo cual la pri­mera y fundamental entre las leyes positivas de todas las comunidades políticas es el establecimiento del poder legislativo, de acuerdo con la primera y fundamental ley de naturaleza que aun al poder legislativo debe gober­nar…”.

Locke desconfiaba tanto de la soberanía popular co­mo del absolutismo, pues ambas amenazaban la pro­piedad y el bienestar.

Pero el parlamento, co­mo muchas estructuras de poder, no era angélico. La es­table Gran Bretaña del siglo XVIII escondía la explotación de los obreros, los colonos y la próspera trata de esclavos, que financió parcialmente la revolución industrial. Toda­vía en las elecciones de 1831 de los 406 miembros de la cámara de los comunes, 152 eran elegidos por menos de 100 votantes cada uno y 88, por menos de 50. Hasta las reformas de 1832, los distri­tos electorales estaban po­dridos.

Las revoluciones ingle­sas iniciaron con el enfren­tamiento entre los parla­mentarios y Carlos I (1625 – 1649). Desde 1763 los co­lonos de América repetirían a sus amos ingleses: sin re­presentación parlamentaria, no nos pueden imponer im­puestos.

El autor es Profesor Asocia­do de la PUCMM.

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