PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA
Interesado e interesante, John Locke
Locke mostró que los reyes no caían del cielo. Los aciertos de Locke tampoco. Se basaron en su formación, la experiencia, los recursos y las relaciones. Nació en una casa con techo de paja. Tuvo acceso a una educación esmerada en Westminster y Oxford. Sus profesores fueron competentes, pero Locke no los escuchaba arrodillado, “pensaba con su propia cabeza” (P. Félix Varela). Al igual que Kant, poseía una actitud crítica que le movió a leer a Descartes, estudiar medicina y participar en la Royal Society, donde asimiló su talante experimental ante la naturaleza y la vida humana. Locke conocía las investigaciones de Robert Boyle, Newton y otros. Era licenciado, magister y doctor en medicina.
Su pericia como médico le ganó la amistad del uno de los hombres más ricos de Inglaterra: Anthony Ashely, Conde de Shafstesbury, que le consiguió el delicado cargo de Secretario de Comercio y Plantaciones.
Con la Revolución Gloriosa de 1689, la burguesía terrateniente controló el parlamento y Locke, ¡era su intelectual favorito! En su Segundo tratado sobre el Gobierno Civil, (1689) Locke sostiene que el poder legislativo es el poder supremo. Y “… el sumo instrumento y medio para ello (la seguridad y la paz) son las leyes en tal sociedad establecidas, por lo cual la primera y fundamental entre las leyes positivas de todas las comunidades políticas es el establecimiento del poder legislativo, de acuerdo con la primera y fundamental ley de naturaleza que aun al poder legislativo debe gobernar…”.
Locke desconfiaba tanto de la soberanía popular como del absolutismo, pues ambas amenazaban la propiedad y el bienestar.
Pero el parlamento, como muchas estructuras de poder, no era angélico. La estable Gran Bretaña del siglo XVIII escondía la explotación de los obreros, los colonos y la próspera trata de esclavos, que financió parcialmente la revolución industrial. Todavía en las elecciones de 1831 de los 406 miembros de la cámara de los comunes, 152 eran elegidos por menos de 100 votantes cada uno y 88, por menos de 50. Hasta las reformas de 1832, los distritos electorales estaban podridos.
Las revoluciones inglesas iniciaron con el enfrentamiento entre los parlamentarios y Carlos I (1625 – 1649). Desde 1763 los colonos de América repetirían a sus amos ingleses: sin representación parlamentaria, no nos pueden imponer impuestos.
El autor es Profesor Asociado de la PUCMM.