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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

El optimismo de John Locke

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Los historiadores de las ideas polí­ticas, entre ellos Salvador Giner, califican a John Locke (1632 – 1704) como el filósofo más influyente sobre los pensadores del siglo XVIII.

De Hobbes (†1679) here­dó esta idea: la soberanía re­side en el pueblo y las socie­dades se constituyen por un contrato. Luego la profundi­zaría J.J. Rousseau (†1778). Locke se distanció radical­mente del autor del Leviatán al presentar el estado natural de la humanidad como “un estado de libertad perfecta por el que pueden los hom­bres ordenar sus acciones, y disponer de sus posesiones y personas como quieran, dentro de los límites de la ley de la Naturaleza, sin pe­dir permiso ni depender de la voluntad de otro hombre.” Contrariamente al estado de guerra perenne postulado por Hobbes, en Locke el esta­do natural se caracteriza por la igualdad y la libertad que favorecen el pacífico acuer­do mutuo de los individuos para vivir en comunidad. No hace falta un Leviatán para que haya paz, lo que se nece­sita es un acuerdo. La paz se fundamenta en la libre bús­queda de la felicidad, así lo repetirá la Declaración de In­dependencia de los EE.UU., (1776). Nadie puede ser so­metido a la sociedad civil sin su consentimiento, pero si lo otorga, está obligado a todas las leyes y disposiciones con­tractuales de esa sociedad. El contrato político es perma­nente e implica respetar la decisión de la mayoría. No es un contrato comercial.

La gente se somete al go­bierno para preservar su pro­piedad que, según Locke, es anterior a la sociedad civil. El gobierno debe abstener­se de intervenir en los asun­tos de propiedad. La propie­dad privada es intocable, es un derecho natural del hom­bre, garantiza la libertad, pensamiento de los liberales (whigs) ingleses. El gobier­no debe ser regido por una constitución, implementada por poderes separados: legis­lativo, ejecutivo y federati­vo, más tarde, Montesquieu (†1755) señalará el judicial.

Locke defendió la tole­rancia religiosa, pero com­batió el ateísmo y a los cató­licos por ser leales al papa. Mientras tanto, Luis XIV re­vocaba el Edicto de Nan­tes (1685) destruyendo iglesias y cerrando escue­las protestantes. Entre 1685 y 1715, Francia perdió a 200,000 ciudadanos calvi­nistas de excelente calidad humana y profesional (Ver, J. Touchard, 1961, 9ª reimpre­sión, 2001 294 – 297 e Intro­ducción general a las ideas políticas, Madrid: Editorial Playor, 1989, 174 – 178).

El autor es Profesor Asociado dela PUCMM

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