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PEREGRINANDO A CAMPO TRAVIESA

Hobbes, tutor de Carlos II

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Manuel Pablo Maza Miquel, S.J.Santo Domingo

Dos filósofos so­ciales choca­ron en las re­voluciones inglesas, Ho­bbes y Locke. En Paris, 1646, Thomas Hobbes († 1689) fue tutor del futuro Carlos II, mientras la guerra civil asola­ba Inglaterra, en la cual Car­los I, su padre, fue decapitado (1649). Hobbes aseguraba que al darlo a luz, junto a él había nacido un gemelo: ¡el miedo! El filósofo plasmó sus enseñanzas en El Leviatán (1651), cuya influencia aún perdura.

Para Hobbes, el ser huma­no es básicamente un animal sometido a dos fuerzas: una, el deseo de satisfacer sus ne­cesidades inmediatas y otra, la aspiración a poseer su per­sona, libre de toda amenaza y conflictos angustiosos, para buscar la felicidad.

Para Aristóteles († 323 a.C.), el hombre es un animal social y político. Por el con­trario, según Hobbes, el ser humano es básicamente un individuo; un ser indepen­diente, un átomo de egoísmo aislado de los demás. En su estado natural, los individuos vivían en una guerra conti­nua de todos contra todos. Como los hombres son como lobos para los demás hom­bres, Homo homini lupus (Plauto), todos estaban en peligro de muerte y temien­do por su vida, nadie podía dedicarse a nada placentero. El hombre permanecía soli­tario y aterrado. Buscando el poder satisfacer sus nece­sidades fundamentales y el vivir en paz, los hombres (al­gunas mujeres empezaron a contar desde el siglo XX) de­legaron sus “derechos indivi­duales en una persona sobe­rana” mediante un contrato. Hobbes llama “ese dios mor­tal… a quien debemos nues­tra paz y seguridad,” el Levia­tán, un monstruo bíblico. El Leviatán no hace a los hom­bres mejores, sino que les permite seguir persiguiendo sus mismos objetivos egoístas y conflictivos, pero con ma­yor seguridad.

Poseedor de una forma­ción clásica exquisita, Hob­bes afirmaba, que la demo­cracia de Pericles († 429 a.C., durante otra epidemia) fun­cionó de la única manera que podía funcionar, porque de hecho “Pericles era un mo­narca”.

Para Hobbes, justicia y or­den nacen de un poder supe­rior absoluto. Si se reparte la soberanía, se vive un caos. Tal vez aspirando a un “carguito” si Carlos II llegaba a reinar, Hobbes le enseñó que la mo­narquía absoluta era el esta­do más deseable. Hobbes no consiguió el cargo y lo ame­nazaron con quemarlo, pero propuso una manera alterna de comprender la sociedad (Giner, Salvador. 1990 Histo­ria del Pensamiento Social).

El autor es profesor asociado dela PUCMM mmaza@pucmm.edu.do

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